segunda-feira, 2 de abril de 2012

O MADRE DE DEUS

Presentación de libro sobre Madre de Dios1
Alberto Chirif
Madre de Dios es una región extraña desde su nombre, que parece
clamar al cielo. Mientras toda la Amazonía peruana mira y desagua
con dirección norte, Madre de Dios, de espaldas, lo hace hacia el sur
y este, separándose de ella por estribaciones de la Cordillera
Oriental, que divide las aguas que fluyen hacia el Urubamba y hacia
la otra excepción que también corre al este: el Purús. Podemos
imaginar a Madre de Dios como un inmenso anfiteatro cerrado hacia
el norte y oeste y abierto hacia el sur y este.
Pero tiene muchas otras rarezas, por ejemplo, compartir una cuenca
con Puno, departamento al que muy pocos habrán imaginado como
también amazónico. Otra es haber pasado, en apenas unas
décadas, de ser el departamento menos poblado a ser uno de los
que registra tasas más violentas de crecimiento a causa de la
migración de lavadores de oro procedentes de Puno y Cuzco, que




probablemente constituyan hoy la mayoría de su población,
actividad de la cual se deriva otra de sus peculiaridades, que es
poner en evidencia la inmensa contradicción entre las políticas
estatales de conservación y las de desarrollo.
Madre de Dios es la región con más áreas naturales protegidas del
país, con dos parques nacionales (Manu y Bahuaja Sonene; parte
del primero es además reserva de biosfera), una reserva nacional
(Tambopata Candamo); una reserva comunal (un auténtico triunfo
del movimiento indígena) y un área privada, en la cuenca del río Los
Amigos, con fines de investigación y turismo; todas las cuales
constituyen un importante porcentaje del territorio de la región.
Parecería que los esfuerzos del Estado por la conservación del
medioambiente y el manejo de recursos en esta región fuesen
claros, definidos y coherentes. Pero no es así, porque al lado de
todo esto la extracción del oro produce una de las más feroces
agresiones al entorno contaminando el aire y los ríos con mercurio,
alterando paisajes, removiendo cauces antiguos y colmatando
lechos que producen desbordes y lagos de lodo. Y como para que la
cosa sea completa, todo esto se realiza dentro de brutales
1 Texto leído durante la presentación del libro Los pueblos indígenas de Madre de Dios, editado por
Beatriz Huertas y Alfredo García. IWGIA, Lima, 2003. La presentación tuvo lugar en mayo de ese año.
condiciones de explotación de los lavadores, parte de los cuales son
niños mantenidos como esclavos. Refiriéndose a esto, Andrew Gray,
en uno de los volúmenes de su trilogía, escribe sobre un misterioso
cementerio, cuyo incremento de inquilinos es mayor a las
posibilidades del predio del patrón al que atiende.
Pero en Madre de Dios hay más que la extracción aurífera como
factor de agresión al medio y de contradicción política. Está el caso
de la madera, caoba para ser exacto, talada a escasa distancia de la
frontera con Brasil por una empresa extranjera que tuvo que
construir 180 kilómetros de carretera para llegar allí sin que nadie
(quiero decir, INRENA y el Ejército) se diera cuenta hasta que las
trozas comenzaran a desfilar por Puerto Maldonado y ya no fuese
posible tapar la madera con un dedo.
Es también particular la composición étnica de los pueblos indígenas
de Madre de Dios, dos de ellos de troncos lingüísticos que no se
encuentran en ninguna otra región del país, el Harakmbut y el
Tacana, y, el primero, en ningún otro país de la cuenca. No menos
extraña es la presencia de gente dislocada de sus territorios
originales, como kichwas o santarrosinos (quienes a su vez son
producto de otra agresión histórica), que proceden del Napo
ecuatoriano, en la frontera en el otro extremo del país; y shipibos
que vienen del Ucayali, todos ellos descendientes de pobladores
esclavizados por los caucheros del cambio del siglo XIX.
Madre de Dios es igualmente una región donde existen núcleos de
población indígena en aislamiento. Son los que antes se llamaban
los no contactados, como si el estar apartados fuese fruto de un
descuido civilizador y, por esto, la necesidad de incorporarlos a la
historia, una tarea ineludible. Sin embargo, la verdad es diferente,
ya que se trata de grupos de personas que por haber padecido los
horrores del contacto (esclavitud, asesinatos y enfermedades) desde
la época del caucho, decidieron retraerse a lugares lejanos. Hablar
de grupos da una idea equivocada del volumen de gente
comprometida en esta estrategia de supervivencia. Por eso cito
datos de Beatriz Huertas, que aluden a entre 600 y 1000 personas
en el alto Tahuamanu y entre 400 y 600 en las cabeceras de Las
Piedras. Hoy se los llama también pueblos en aislamiento voluntario,
y a pesar de las contradicciones del término (¿quién huye por
voluntad?) refleja de todas maneras la situación que ellos enfrentan.
Todos éstos y muchos más son los temas tratados en el libro que
ahora presento, “Los Pueblos Indígenas de Madre de Dios”, editado
por Beatriz Huertas y Alfredo García. Se trata de un conjunto de 22
trabajos, escritos por 18 autores, agrupados en tres grandes temas:
historia, etnografía y coyuntura. No he encontrado mejor forma de
presentarlo que hacer un comentario breve sobre cada uno.
El libro
Alfredo García abre la parte histórica, integrada por dos trabajos,
con un artículo sobre el proceso de ocupación y configuración del
espacio regional. Luego de breves apuntes sobre los primeros
poblamientos, los avances incas hacia Madre de Dios y las entradas
coloniales, etapas históricas, estas dos últimas, donde ya la
extracción aurífera y las plantaciones de coca tienen importancia,
aunque por razones por completo distintas; examina los procesos
contemporáneos, en especial el auge del caucho y las
transformaciones demográficas que éste produjo. Citando a Moore y
a Chavarría y Mendoza señala que las poblaciones Harakmbut y Ese
Eja eran, al inicio del auge, 30000 y 10000 personas, pero que hoy
escasamente llegan a los 1500 y 800 individuos. También se refiere
a procesos más recientes, como la extracción de oro.
García tiene un segundo trabajo en este libro, en la sección
coyuntura, que sin embargo, trata también sobre historia, una más
reciente, la del movimiento indígena liderado por la Federación
Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (FENAMAD), que es una
minuciosa relación de los acontecimientos más importantes de la
vida de esta organización en los 20 años que lleva de vida: su
nacimiento, aspiraciones, crisis, alianzas y logros, entre éstos, los
más importante, la reivindicación territorial de sus bases, la creación
de la reserva Amarakaeri, el apoyo a la formación de sus
generaciones jóvenes y sus propuestas para garantizar los recursos
y la vida de los pueblos en aislamiento, las que le valieron, en 1987,
el premio Bartolomé de las Casas, esa vez dado en exclusiva, como
debe ser, sin polizontes.
Patricia Lyon trata un tema que si bien es específico para el caso de
los Harakmbut tiene importancia para todos los pueblos indígenas,
que es la confusión en la que incurren las fuentes históricas sobre
las lenguas habladas en el Cosñipata, Inambari, Alto Madre de Dios
y Madre de Dios. Indica que muchos intentaron hace una
clasificación sobre la base de los nombres de grupos en vez de
revisar los vocabularios mismos; suponiendo, por ejemplo, que todo
vocabulario llamado “Arasaeri” debía de corresponder al mismo
idioma, lo que no siempre era cierto. Se refiere a la palabra mashco,
que, afirma, ha sido aplicada en forma promiscua a varios de estos
grupos, pero que en realidad corresponden a diferentes troncos
lingüísticos. Lyon indica que esta palabra parece haber reemplazado
la palabra chuncho en la región, empleadas ambas para aludir a
cualquier grupo que resiste a las incursiones de los blancos. Ella
termina proponiendo el vocablo Haté para referirse a los diferentes
dialectos de la lengua harakmbut.
Thomas Moore construye en su trabajo una etnografía de los
Arakmbut que, según indica, no refleja una característica de la
cultura actual de este grupo que ha pasado por cambios radicales a
través de más de medio siglo, pero sí sirve para medir los cambios
posteriores a consecuencia de la actividad aurífera desarrollada con
especial fuerza a partir de la década de 1970. En la primera parte
hace una síntesis muy estructurada acerca de la organización social
y económica, la política y la cosmología de los Arakmbut para
después, a partir de la segunda, presentar el proceso de expansión
aurífera en la región desde tiempos incaicos, pasando por la Colonia
y la República, época ésta en la cual el desarrollo del modelo
misión-hacienda-puesto comercial crea una demanda de productos
industriales en la población indígena, que los intercambia por oro y
pieles. Es en este contexto que se produce una más de las tantas
barbaridades demográficas: la fundación de asentamiento
misionales donde se agrupan personas de diferentes tradiciones
culturales, lo que frecuentemente ha sido causa de violentos
conflictos. Moore señala que si bien el trabajo del oro ha seguido las
relaciones de parentesco y clan, ha sido causante de desaparición
de gran parte de la vida tradicional: las fiestas y bailes, las viviendas
y la alteración de las relaciones de género, ya que ahora el varón
maneja el dinero y toma la decisión de cómo usarlo.
Miguel Alexiades y Daniela Peluso hacen una aproximación histórica
al pueblo Ese Eja, único representante en Perú del tronco lingüístico
Tacaña, aunque en Bolivia hay otros tres. También ellos refieren el
proceso de sedentarización violenta de los indígenas a consecuencia
de las correrías de caucheros para capturar mano de obra,
esclavizarla y luego venderla en Bolivia. Éstas sumadas a las
enfermedades introducidas fueron las causas de su drástica caída
demográfica, y mientras unos huyeron hacia las apartadas
cabeceras de los ríos, otros se las ingeniaron para establecer
relaciones de intercambio y comienzan a integrarse a la llamada
sociedad nacional.
Sobre el pueblo Ese Eja hay dos artículos más, ambos de María
Chavarría. El primero pone énfasis en la cuestión lingüística, en
atención a la formación de la autora, aunque también aporta una
descripción etnográfica. Ella describe el sistema fonético-fonológico
de la lengua, su vitalidad en unas comunidades y su carácter
relegado en otras, más influidas por el castellano y aporta una lista
de los términos utilizados para clasificar las relaciones de
parentesco, de gran utilidad para quienes realicen estudios futuros.
Su otro trabajo es sobre tradición oral de los Ese Eja. Son dos
relatos, “De cómo los monos nos recordaron para qué servía el
sexo” y “Por donde nuestros viejos antiguos se han ido”, sobre los
cuales la autora hace presiones que permiten contextuarlos y ver
cuál es su función social. Aparte de su valor fundacional y
pedagógico, son también de gran belleza literaria, como lo
demuestra el siguiente fragmento del segundo de ellos: Por donde
nuestros viejos antiguos se han ido/ vamos a ir, después de
morirnos;/ por donde los muertos se han ido,/ nosotros vamos a ir
corriendo./ El espíritu de nosotros que había permanecido, no
andará igual./ Uno va a ir despacio, a paso lento, bien lento./
Corriendo, corriendo, vamos a irnos.
Glenn Shepard y Carolina Izquierdo presentan un trabajo sobre los
Matsiguenka de Madre de Dios y del Parque Nacional del Manu, área
ésta de la que destacan su inmensa biodiversidad (319 especies de
aves registradas en un kilómetro, 300 especies de árboles por
hectárea o el hecho de que un solo árbol puede tener más especies
de hormigas que todas las existentes en Gran Bretaña), que suele
estar a tono con la cultural y con el inmenso conocimiento logrado,


ALBERT CHIRIF

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