aves registradas en un kilómetro, 300 especies de árboles por
hectárea o el hecho de que un solo árbol puede tener más especies
de hormigas que todas las existentes en Gran Bretaña), que suele
estar a tono con la cultural y con el inmenso conocimiento logrado,
sistematizado y transmitido por la gente. Luego de apuntes sobre su
historia y cultura, los autores señalan la contradicción que enfrentan
los Matsiguenka quienes, al mismo tiempo, desde la creación del
Parque, han sido bendecidos y maldecidos por su relativo
aislamiento, ya que si bien su territorio está protegido de
incursiones indeseadas de foráneos, también están limitados de
acceder a la economía de mercado y los beneficios que podrían
obtener de ésta. La historia es aquélla que un ex presidente de la
COICA resumió con mucha agudeza hace varios años: el indígena se
acuesta en su territorio y se levanta en un área natural protegida.
Éste es sin duda un campo en el que aún queda mucho por hacer. A
raíz de estas limitaciones parte de la gente cruzó el divorcio de
aguas con el Urubamba y se estableció en el Camisea, mientras que
el resto montó un proyecto turístico con apoyo de la cooperación
internacional.
El mismo Shepard ofrece otro trabajo sobre la ambigüedad del bien
y el mal en la mitología matsiguenka, conceptos que parecen ser
absolutos cuando se los define desde una perspectiva humana pero
son relativos cuando se los ve dentro de esquemas más amplio del
cosmos. Él precisa con lucidez: Para los Matsiguenka, los humanos
son un grupo social dentro de un universo habitado por muchos
otros seres y grupos sociales. Los animales, las estrellas y otros
fenómenos celestiales, las enfermedades y las fuerzas de la
naturaleza tienen almas o espíritus que se manifiestan como seres
humanos en estados de percepción especiales como, por ejemplo,
los sueños y el trance shamánico. Como los seres humanos, hablan
lenguajes diferentes, se visten de diferentes formas, viven en
sociedades, tienen casas, chacras y trabajos cotidianos y cuidan de
sus familias como todo ser humano. Las criaturas del “mal”, tales
como animales peligrosos (serpientes y jaguares), enfermedades y
demonios, son meramente cazadores que ven a los seres humanos
como especies de caza para alimentar a sus propias familias. Por
ejemplo, la víbora no es nada más que un cazador, quien, en su
forma espiritual se aparece ante la gente pero en el mundo
cotidiano es invisible. La serpiente física que se percibe en el mundo
material es, de hecho, la flecha envenenada del cazador invisible.
Un tercer trabajo de Shepard trata sobre los Yora, también
conocidos como Yaminahua, un pueblo del tronco Pano. En la
introducción cuenta la brutal confrontación entre sus ilusiones y la
realidad durante su primera visión de indígenas que, a consecuencia
de su reciente contacto con la llamada sociedad nacional, sufrían de
infecciones respiratoria y micosis, tenían llagas en el cuerpo,
padecían de hambre y vestían ropas occidentales rotas y sucias.
Éste es el tema que Shepard desarrolla: la historia de contacto,
enfermedad y muerte de los Yora que, a inicios del siglo XX,
huyendo de los caucheros, habían abandonado su asentamiento en
un tributario del Purús para asentarse en las cabeceras de ríos que
corren, unos, hacia el Madre de Dios y, otros, hacia el Urubamba.
Sin embargo, como en el cuento oriental de la muerte que espera a
su víctima en el lugar que ésta ha escogido para esconderse de ella,
los Yora, décadas más tarde, serían encontrados por otros agentes
portadores de enfermedad y muerte. De esto dan cuenta estos
fragmentos de un canto de curación: ¿De quién es esta
enfermedad?/ La ardiente enfermedad del rayo/ Su ardiente fuego
quema/ Es humo blanco/ Es fiebre hirviendo/ Los dueños del metal/
La gente de río abajo/ La gente de metal está ardiendo/ Los
cuchillos de metal están ardiendo/ El olor del acero caliente/ ¿Qué
gente extraña es ésta? Su enfermedad alcanza los rincones más
alejados/ Las cabeceras del río serpentino/ Nadie puede escapar de
la fiebre / ¿Cómo apagaremos este incendio?
Alejandro Smith Bisso ofrece apuntes sobre la identidad, historia y
territorialidad de los Yine, del tronco Arawak, cuyo nombre, como
sucede en la mayoría de pueblos indígenas amazónicos, significa la
humanidad o la gente verdadera; a diferencia de lo que sucede con
los nombres dados por foráneos, que suelen ser despectivos o aludir
a características que resultan impactantes a los ojos de extraños.
Destaca en el caso de este pueblo el área de dispersión geográfica
de sus asentamientos, que van desde el bajo Ucayali por el norte,
hasta el Madre de Dios, Las Piedras y Acre por el sur, pasando por
el bajo y medio Urubamba, aunque también están en las zonas
limítrofes de Brasil, y Bolivia y Colombia, países éstos donde habrían
sido llevados por caucheros. La dispersión de sus asentamientos a lo
largo de grandes los ríos podría deberse al hecho de haber sido
grandes comerciantes mantenido relaciones de intercambio con los
Inka. Este dato es sólo una muestra de la importancia que tuvieron
los contactos comerciales entre Amazonía y Andes.
En otro trabajo Smith Bisso presenta el mito Watawgero pirana así
pasó cuando wata, la paca, entregó su brote a los Yine, que narra la
historia de un cazador descontrolado que infringe las normas de su
propia sociedad y se convierte en depredador y antropófago, y llega
a destruirse, a través del acto de comerse a sí mismo, figura de una
belleza surrealista inigualable. Quiero resaltar lo que el autor dice
respecto al mito: Probablemente la literatura oral es el indicador
más claro de que las culturas indígenas poseen un sistema
educativo estructurado y en funcionamiento; el encuentro con estos
contextos empieza desde el nacimiento de la persona humana. En la
medida que avancen los estudios sobre la literatura oral se podrá
llegar a entender las tensiones y la flexibilidad de la cultura en su
proceso de mantenimiento y recreación. [...] La educación indígena,
al parecer, posee un elemento que el sistema educativo occidental
reclama en términos de modernización: correspondencia directa con
la realidad. En tal sentido, los textos de literatura oral no ocultan los
aspectos erróneos de la conducta humana, sino que éstos fluyen
con la misma naturalidad con la que se le otorga vida racional y
lenguaje a los animales, o a lo que sucede en los otros planos,
donde la vida perdura.
Heinrich Helberg expone el mito de Oanamei, que relata el fin del
mundo y de la reaparición de éste y de la gente, es decir, los
Arakmbut. Es un tiempo de caos y de oscuridad, cuando llovía fuego
que consumía todo, cuando las plantas cultivadas se ponían
amargas y sólo crecía la mala hierba. Aparece el loro que fecunda a
una joven virgen, de cuyo cuerpo nace el árbol oanamei, de ramas
frondosas, que crece rápido sin ser afectado por el fuego. La gente
sube en él y muchos logran salvarse. La hecatombe marca el paso
de la sin cultura a la cultura, donde después de la catástrofe el
mundo comienza a ordenarse de la manera como es para los
Arakmbut. Este tránsito, que entre los Arakmbut conduce del caos al
orden, en otras tradiciones lleva del estado natural, donde la gente
toma los dones que le ofrece el medioambiente sin esfuerzo, al
estado social, donde la vida se hace con el sudor de la frente, como
en el mito de Adán y Eva.
Klaus Rummenhoeller ofrece dos trabajos que presentan las causas
y rutas seguidas por segmentos de pueblos que se encuentran en
Madre de Dios, después de haber sido dislocados de sus hábitat
tradicionales. Reconstruye la historia de santarrosinos quechuahablantes,
originarios del poblado de Santa Rosa, en el Napo
ecuatoriano, y de shipibos traídos del Ucayali, en ambos casos, por
caucheros, por los mismos caucheros, los hermanos Máximo y
Baldomero Rodríguez, asturianos, que llegaron a construir un feudo
en el nordeste del departamento, en el punto que éste se encuentra
con las fronteras de Bolivia y Brasil. No recuerdo haber visto ningún
artículo sobre el tema, y éste es sólo uno de los aportes de
Rummenhoeller, el otro es la técnica utilizada para construirlos que
combina con maestría fuentes escritas con orales de los
descendientes de esa población. La importación de indígenas ajenos
a la región, que también comprometió a otros pueblos, se produjo
por la falta de mano de obra para explotar jebe, escasez causada
por correrías anteriores de Fiztcarrald y del cauchero boliviano
Nicolás Suárez, quienes habían diezmado a la población. Encuentro
sobrecogedores los relatos acerca de los esfuerzos de los caucheros
para que la gente no se enterase de la existencia del dinero ni del
precio del jebe y la castaña en el mercado, a fin de mantener
incólumes las bases de su dominio.
Tres líderes indígenas plantean aproximaciones a los diversos
problemas que enfrentan las comunidades de la región. Héctor
Sueyo, arakmbut, graduado en sociología en la universidad San
Martín de Porres, recapitula distintos ciclos económicos acaecidos en
Madre de Dios: los intentos de explotación aurífera, en la década de
1930, por parte de una empresa sueca que proponía ahuyentar a
los indígenas del río Karene lanzando bombas desde el aire; las
operaciones para explotar barbasco hechos de una empresa
estadounidenses; los trabajos de prospección petrolera dentro del
Parque Nacional del Manu y en otras áreas, de empresas de Estados
Unidos y Japón en la década de 1970; y la agresión descontrolada a
partir de esos mismos años de lavadores de oro, que es uno de los
principales problemas que aún afectan a las comunidades. Pero
Sueyo también habla de la esperanza, de la recuperación parcial de
sus territorios, de la búsqueda de nuevos equilibrios sociales y
económicos y de la necesidad de reasumir valores propios como
parte de una estrategia de afirmación.
Antonio Iviche, ex presidente de FENAMAD y actual presidente de
AIDESEP centra su trabajo en las luchas por la recuperación de los
lotes 77 y 78, entregados por el gobierno al consorcio formado por
Mobil, Exxon y Elf Aquitaine en 1996, que se superponían, el
primero, con territorios de pueblos en situación de aislamiento; y, el
segundo, con la zona en la cual la federación reclamaba, desde
hacía muchos años, la creación de una reserva comunal (que
finalmente conseguirían en el 2002) y, el propio Estado, el
establecimiento de un parque nacional. Ambas zonas, además, son
zonas de megabiodiversidad. Las luchas de la FENAMAD por la
defensa de los pueblos en situación de aislamiento fueron, como
dije al comenzar, la razón por la cual recibiría en 1997 el premio
Bartolomé de las Casas. El trabajo de Iviche es importante no sólo
como testimonio de esta gesta reivindicadora, sino también por su
carácter instructivo sobre las estrategias seguidas para negociar con
la empresa y el Estado.
Por su parte, Julio Cusurichi, descendiente de los antiguos shipibos
llevados a Madre de Dios por los caucheros, y actual vicepresidente
de FENAMAD, vuelve sobre el drama que ha significado la
explotación aurífera en Madre de Dios para las comunidades,
señalando como ejemplos la de Barranco Chico y San Jacinto, que
tenían, respectivamente, el 80% y 60% de sus territorios
superpuestos por concesiones mineras. Toca el tema de las
estrategias desarrolladas para revertir la situación, que fueron desde
el desalojo de los mineros que incumplían normas básicas
contenidas en la legislación hasta las presiones al Ministerio de
Energía y Minas para que suspenda el otorgamiento de concesiones
en territorios comunales. También toca el tema del impacto forestal
en las comunidades.
Patricia Urteaga retoma el tema del impacto de la actividad minera
en las comunidades y presenta información sobre lo que ha
significado la actividad para la región. Por ejemplo, su tasa de
crecimiento entre 1949 y 1961 de 0,1% pasó a 5,7% entre 1981 y
1993. Los 36000 habitantes de Madre de Dios se convirtieron en
70000 en 1993. Analiza el desarrollo e impacto de la actividad
dentro del contexto de lo que ya es un mal endémico en el país: el
cambio arbitrario de las reglas de juego que terminan produciendo
una situación de autarquía, como la que ella refiere, cuando el
Código del Medio Ambiente, que en 1990 regulaba de manera
unitaria y coherente las normas ambientales, fue cambiado por
nuevas leyes que permitían que cada sector se ocupara del tema. Es
fácil imaginar el caos que produce medidas de este tipo. El otro mal
endémico al que ella se refiere es el de la informalidad, que en el
caso de los mineros de la región significan: violación de las leyes
laborales y de la seguridad social, y de los derechos humanos
porque quienes se quejan son despedidos, castigados físicamente e
incluso asesinados; tráficos de niños y mujeres; ocupación de áreas
sin tener contrato; no pago de las servidumbres establecidas por ley
cuando la superficie es una propiedad privada; y, por supuesto, total
ignorancia de las normas ambientales.
Beatriz Huertas, quien ha escrito un documentado libro sobre el
tema de los indígenas en situación de aislamiento, escribe sobre el
impacto de la actividad forestal sobre la vida de aquellos que se
encuentran en la partes norte del departamento. Temporalmente los
sucesos se producen a fines de la década pasada y se enmarcan en
las disputas comerciales de dos empresas, una estadounidense en
asociación con una peruana, y la otra nacional, que en 1999 fueron
denunciadas por la Corporación Peruana de la Madera de extraer
madera ilegalmente en la provincia de Tahuamanu. La razón
principal era que esa empresa había logrado, por pagar mejores
precios y corromper funcionarios con más destreza, conseguir
mayor número de habilitados, mejores áreas de extracción y más
ceguera funcional de las autoridades dedicadas al control de los
recursos naturales, todo esto en desmedro de su competidor. La
historia para ellos terminó con el decomiso de la madera y el
posterior asalto e incendio de instalaciones públicas de ONG
ambientalistas. Para los indígenas, los impactos vinieron por el
ingreso masivo a sus territorios de extractores, comerciantes y
agricultores; la alteración de sus rutas de caza, lo cual origina una
presión adicional sobre la fauna; su desplazamiento hacia zonas
ocupadas por otros indígenas, con los cuales muchas veces se
producen enfrentamientos; y por supuesto, su exposición a nuevas
enfermedades que originan una gran mortandad en la gente.
Sheila Aikman se refiere a la corriente llamada los nuevos estudios
sobre alfabetismo, que plantea la necesidad de entender la función
social de la lectura y escritura en diferentes contextos sociales. Ésta
considera al alfabetismo no como un conjunto de capacidades
transferibles sino como una práctica social, culturalmente integrada.
A partir de este hecho, Aikman analiza la funcionalidad de la
escritura en el mundo Arakmbut y el desarrollo de la comunicación
como un medio para promover el autodesarrollo indígena, y
examina un evento comunicativo relacionado con un conflicto de
tierras entre arakmbut y colonos, en los cual los primeros usaron
elementos de su propia tradición oral (como el recuerdo de quiénes
vivieron en el lugar) y documentos escritos.
Andrew Gray, compañero y colega a cuya memoria está dedicado el
libro que ahora presento, trata sobre las formas de gobierno
indígena en Madre de Dios, y comienza su trabajo con una
impresionante descripción sobre la forma cómo se toman decisiones
en las comunidades arakmbut. De este hecho quiero ahora destacar
que el acuerdo es por consenso y aclamación y no por mayoría ni
voto, cuestión fundamental en sociedades con sistemas políticos
donde lo importante no es penalizar sino reestablecer el equilibrio.
Gray examina los múltiples estratos de este sistema entre los
Arakmbut: lo que él llama la organización mínima de encuentros
sociales, el consejo comunal difuso, el consejo sobre bases étnicas
(en este caso, el COHAR) y la federación regional multiétnica, todos
aspectos del autogobierno indígena. Examina también cómo el
modelo comunal impuesto por el Estado ha sido internalizado y
mejorado por cada comunidad, que lo incorpora cuando éste les
sirve para defenderse frente a las amenazas externas.
Para terminar quiero destacar otro elemento extraño de cuya
existencia recién me entero en Madre de Dios. Aunque no sé cómo
nombrarlo se expresa en la unión manifiesta de dirigentes de base y
estudiosos para construir este libro, que ofrece un panorama
completo sobre la diversidad y la complejidad de Madre de Dios.
Debo decir que ésta es una rareza que envidio, pero también que
intentaré aprovechar la energía que me produce estos celos para
hacer algo parecido en la región donde vivo: Loreto.
Felicitaciones a los autores, cuyos trabajos, además de calidad
académica y testimonial, transmiten su compromiso con los pueblos
indígenas con los que trabajan.
Felicitaciones a los editores, Beatriz Huertas y Alfredo García por el
gran trabajo que han realizado, para armar un libro que da una
visión integral y bastante completa sobre Madre de Dios.
Felicitaciones al Grupo Internacional sobre Asuntos Indígenas
(IWGIA), sin duda una de las instituciones más importantes de
apoyo a iniciativas de los pueblos indígenas del mundo, que además
se ha convertido en una de las mayores y mejores editoriales sobre
este tema.
Lima, mayo 26, 2003
COPYRIGHT CHIRIT
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