segunda-feira, 2 de abril de 2012

CAUCHEROS BOLIVIANOS. BRASILEIROS E PERUANOS

L. Córdoba y D. Villar: Etnonimia y relaciones interétnicas entre los panos meridionales
Nº 49, segundo semestre de 2009
Etnonimia y relaciones interétnicas entre
los panos meridionales (siglos XVIII-XX)
Lorena Córdoba
Diego Villar*
Resumen
La tradición etnológica amazónica engloba a grupos como los pacaguaras, chacobos,
sinabos o caripunas dentro de la etiqueta de “panos sudorientales”. Sin embargo, un análisis
etnohistórico revela que esta clasificación canónica oculta tres hechos fundamentales. Primero,
que no está probada la existencia de estas categorías designando sujetos históricos
colectivos a través del tiempo; de hecho, todo indica que se trata de construcciones contingentes
que aparecen, mutan o desaparecen según los diferentes contextos. Segundo, que al
menos desde un punto de vista comparativo no queda demasiado clara la necesidad de
distinguir entre panos “sudorientales” (chacobo, pacaguara, caripuna) y “sudoccidentales”
(yamiaca, atsahuaca); por el contrario, el análisis diacrónico revela que la categoría de “panos
* Pablo Sendón, Jean-Pierre Chaumeil, Isabelle Daillant, David Jabin, Mickaël Brohan, Federica Barclay,
Zulema Lehm y particularmente Isabelle Combès y Philippe Erikson contribuyeron con materiales o
comentarios críticos a las versiones preliminares del trabajo. También agradecemos el apoyo
institucional del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en Argentina, y en
Francia del Centre National de la Recherche Scientifique (beca Bernard Lelong) y la Fondation
Maison des Sciences de l’Homme (beca Hermès).
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Artículos, notas y documentos
meridionales” es heurísticamente más pertinente. Tercero, que aunque indudablemente existen
ciertas características que aproximan a los panos meridionales a los panos “típicos” de la
amazonía, no es menos cierto que su identidad étnica fue moldeada por un juego complejo de
relaciones con grupos de otras filiaciones etnolingüísticas: araonas, tacanas, cayuvavas,
cavineños, movimas. En consecuencia, no tiene sentido pensar que términos como “chacobo”,
“pacaguara” o “caripuna” designan poblaciones cerradas, estables, delimitadas y homogéneas
–en definitiva, etnónimos en el sentido clásico. Es mucho más provechoso ver en ellos
categorías genéricas, relacionales, que operan en estructuras de mediaciones que reflejan
diversas experiencias de contacto entre los panos meridionales y otros grupos indígenas,
los misioneros jesuitas, franciscanos y seculares, los barones caucheros, los militares y los
exploradores enviados por España y Portugal en el contexto colonial, y luego por Bolivia,
Brasil y Perú en el contexto de consolidación republicana y disputas limítrofes entre los
estados nacionales.
Palabras claves: Pano, Amazonía boliviana, Etnohistoria, Relaciones interétnicas,
Etnónimos.
Abstract
Amazonian ethnology has traditionally labelled Pacaguaras, Chacobos, Sinabos or
Caripunas as “Southeastern Panoan” groups. However, ethnohistorical analysis reveals
that canonical classification hides three important facts. First, that the continuous existence
of such categories designating collective ethnic actors through history has not been properly
attested –on the contrary, everything suggests that they are contingent constructions which
appear, mute or fade according to context. Second, from a comparative standpoint the
distinction between “Southeastern Panoans” (Chacobo, Pacaguara, Caripuna) and
“Southwestern Panoans” (Yamiaca, Atsahuaca) makes no sense –on the contrary, a diachronic
perspective shows that “Southern Panoan” is a more fertile comparative and heuristic concept.
Third, that though there certainly are some features that makes the Southern Panoans resemble
the “typical Panoans”, their ethnic identity has been forged by a complex set of relationships
with societies of different ethnolinguistic affiliation: Araonas, Tacanas, Cayuvavas,
Cavineños, Movimas. Therefore, terms such as “Chacobo”, “Pacaguara” or “Caripuna” do
not designate stable, close, homogeneous entities –ethnonyms in the classic sense of the
term– but generic, relational categories which operate reflecting diverse mediations,
connections and contacts between the Southern Panoans and other indigenous groups;
jesuit, franciscan and secular missionaries; rubber barons; explorers and militar agents sent
by Spain and Portugal during the colonial context and by Bolivia, Brasil and Perú during the
period of republican consolidation and frontier dispute between the rising nations.
Key words: Panoan, Bolivian Amazonia, Ethnohistory, Interethnic Relationships,
Ethnonyms.
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1 Con unos 50.000 hablantes, la familia lingüística pano se extiende por la Amazonía de Brasil, Perú y
Bolivia (Erikson 1992). Para una etnohistoria detallada de los panos meridionales, véase Villar,
Córdoba y Combès 2009.
1. El problema
Como en tiempos coloniales, la alta Amazonía boliviana presenta actualmente un
abigarrado mosaico étnico en el que conviven grupos étnicos de diferentes orígenes; entre
ellos, tan sólo pertenecen a la familia lingüística pano los chacobos, los pacaguaras y los
yaminahuas. También denominados “panos sudorientales” por la tradición etnológica, estos
grupos figuran entre los panos menos conocidos y más reducidos demográficamente1.
En efecto, los chacobos apenas exceden el millar de personas distribuidas en una veintena
de comunidades establecidas entre los ríos Ivon, Benicito y Yata, en las provincias Vaca Diez
y Yacuma del departamento del Beni; los autodenominados “pacaguaras” se limitan actualmente
a una familia extensa, mestizada con los chacobos de Alto Ivon y Puerto Tujuré; y
menos de un centenar de yaminahuas llegaron a la provincia Nicolás Suárez del departamento
de Pando durante la segunda mitad del siglo 20, procedentes de Perú y de Brasil. Otros
panos meridionales serían los caxararis, de los cuales se sabe poco o nada, y los caripunas,
aparentemente extintos durante los siglos 19 y 20 por epidemias y por la persecución de
caucheros, ganaderos y militares bolivianos y brasileños.
En la literatura, la tesis canónica postula que los chacobos y los caripunas son
“parcialidades”, “subtribus” o “fracciones” de una “tribu” o “nación” mucho más extensa:
los pacaguaras (Armentia 1976; Cardús 1886; Nordenskiöld 2003; Métraux 1948: 449; Shell
1975: 19, 23-24). Sin dudas debido a la homonimia, se supone que los escasos pacaguaras
contemporáneos son descendientes directos de aquellos numerosos pacaguaras coloniales,
y que su extraordinaria disminución demográfica se explica en función de una serie espectacular
de epidemias y de matanzas. Sin embargo, esta teoría difícilmente permite entender
cómo los pacaguaras, que aparentemente eran un millar en tiempos de Alcide d’Orbigny
(1839: 279; 2002: 1571), se ven reducidos en poco tiempo a una docena de individuos. Ni
tampoco cómo los chacobos, que en 1832 no existían como tales, actualmente alcanzan el
millar de personas. Los nombres “chacobo” y “caripuna” aparecen recién en 1845, con las
exploraciones de José Agustín Palacios (1852: 5-9, 13-14); antes de esa fecha las fuentes
hablan masivamente de “pacaguaras”, y en menor medida de “sinabos”, de “ísabos” y de
“capuibos”; a mediados del siglo 20, casi todos estos gentilicios desaparecen, y aparentemente
quedan sólo los “chacobos” junto a una exigua docena de “pacaguaras” mestizada
con ellos. La hipótesis tradicional también encuentra dificultades a la hora de explicar el
vertiginoso y trágico destino de los caripunas. Desde 1850 a principios del siglo 20, los
viajeros hablan de concentraciones de cientos y hasta miles de caripunas en el Beni, el
Orthon, el Madeira y el Mamoré (Keller Leuzinger y Keller Leuzinger 1875: 11; Matthews
1875: 34; Ballivián y Pinilla 1912: 79; Torres López 1930: 194-195; Rusby 1933: 298). Sin
embargo, al poco tiempo se reporta su dramática desaparición: cuando Wanda Hanke visita
a los chacobos, en 1953, le dicen que los caripunas “ya no existen” (1956: 13-14; véase
también Armentia 1897: 80; Chávez, 1926: 70; Rusby 1933: 298; Guisbert Villaroel 1992). Por si
fuera poco, sabemos que nombres como “sinabos”, “capuibos” o “ísabos”, tradicionalmen214
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Artículos, notas y documentos
te asumidos como “etnias”, designan en realidad a antiguas parcialidades que los chacobos
conocen como maxobo (lit. “gente de la misma cabeza”): los “sinabos” son los xënabo
(“gente gusano”); los “capuibos”, los capëbo (“gente caimán”); los “yssabos”, los ísabo
(“gente puercoespín”) (Córdoba y Villar 2002: 76-80). En estas circunstancias, lo mínimo que
puede decirse es que el juego de relaciones entre denominaciones étnicas como “chacobo”,
“pacaguara”, “sinabo”, “capuibo” o “caripuna” está lejos de ser resuelto, y que es necesario
analizar aunque sea brevemente el ciclo de su desarrollo histórico.
2. La fase pacaguara: las parcialidades occidentales
Hay que esperar a 1764 para que la palabra “pacabara” aparezca por primera vez en un
mapa del coronel Antonio Aymerich, dando nombre a un río que desemboca en el Beni2. Ese
mismo año aparece otra referencia a los “pacaguaras” cuando el padre Eusebio Mejía, en la
reducción de Ixiamas, corta las orejas y mata a unos indios indóciles, lo cual provoca la
reacción airada de los araonas, toromonas y pacaguaras que hasta entonces se relacionaban
pacíficamente con los neófitos (Sans 1888: 72-73; Armentia 1903: 88; Cortés 1899: 244; Avellá
1899: 84-91, 122-123, 143, 153, 342). En 1773, el cosmógrafo Cosme Bueno enumera a los
“Pacabaras, Pacanabos y Sinabus” entre los indígenas de Mojos (Bueno 1907: 11). Poco más
tarde, en 1780, varios documentos administrativos reportan “pacaguaras”, “pasaguaras”,
“guacaguas”, “guacaguaras” y “guacanaguas” en Ixiamas; y entre los nombres personales
empadronados en los mismos, entremezclados en una mayoría de indudable origen tacana,
hay varios nombres de posible origen pano: Yba, Bani, Guara, Yuca, Maro, Nabi3. Los
“guacanaguas”, un grupo al que muchos autores atribuyen una lengua tacana, son asociados
estrechamente –cuando no confundidos– con los pacaguaras, y de hecho numerosos
comentaristas interpretan ambos gentilicios como sinónimos. Un poco más al norte, otros
grupos pacaguaras y “tiatinaguas” (o “ituatinaguas”) aparecen atacando varias veces la
misión de Cavinas, fundada en 1785 por el padre Simón de Sousa para reducir indígenas
cavineños; aunque se sabe, asimismo, que en la reducción había también parcialidades
pacaguaras (Armentia 1897: 34-35, 42; 1903: 195; Sans 1888: 80-81; Mendizábal 1932: 171-172;
Chávez Suárez 1986: 105). El padre Figueira llega a describir a los atacantes como “gente de
mala intención y tan feroz que sabe comer carne humana” (Figueira 1899: 272; Armentia 1903:
2 “Mapa de las Missiones de la Compañia de Jesús en el territorio de Moxos i Chiquitos, en la Guvernacion
i Comandancia General de Santa Crus de la Sierra” (Maúrtua 1906; Saavedra 1906b). Antes del siglo
18, sólo encontramos dos tempranas y dudosas referencias a posibles grupos “panoides” en las fuentes
sobre Mojos. En 1570, Álvarez de Maldonado describe entre los “chunchos” del Beni a los “roanos”
(1906: 63-65): ahora bien, roa es el nombre de una de las mitades yaminahuas (Erikson 1986: 200);
según Armentia, el término significa “sacerdote” (Armentia 1905: 105, 117); por otro lado, se trata
de un apodo asociado al nombre Coya entre los actuales chacobos, lo cual invita a pensar que los
integrantes de este grupo hayan sido llamado “roanos” debido a su líder. Mucho más hacia el sur, por
otra parte, una crónica jesuítica habla en 1763 de los “Noira” (Barnadas y Plaza 2005: 124), y
sabemos hoy que la categoría de nohiria, en chacobo, designa a la “gente” en general.
3 Campos 1780; Quiros 1780: ff. 31 y ss.; “Originarios con tierras que en la especie de chocolate pagan
cuatro pesos al año y su mitad por tercio”, AGN, sala XIII, Fondo Documental Contaduría, legajo 17-
9-4.
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216-217). Los pacaguaras, por fin, también aparecen involucrados en la trágica historia de la
misión de Santiago de Pacaguaras, fundada a finales del siglo 18 sobre el río Madidi pero
condenada a un fracaso inexorable4.
Para esa misma época hay noticias sobre pacaguaras bastante más hacia el sur. En
1767, Lorenzo Hervás habla de indígenas de lengua “pacabaris” en la misión de San Borja,
mezclados con fracciones de otras tribus; se trata, por lejos, de la mención más austral a los
grupos panos en la región (Hervás 1800: 249). El pueblo de Reyes se transforma en un punto
estratégico de concentración multiétnica, centro de intercambio y de comunicación entre las
diferentes sociedades indígenas de Mojos: mosotenes, tacanas, cavineños, mojeños y también
pacaguaras. No extraña entonces que se trate de un punto de partida natural para las
expediciones misioneras a las diferentes “naciones bárbaras” o “tribus salvajes”. Entre 1786
y 1794, el gobernador Lázaro de Ribera no sólo menciona a los “pacabaras” habitando las
misiones de San Borja y Reyes, sino que incluso recoge una muestra léxica de su lengua que
resulta notoriamente similar al chacobo actual (Palau y Sáiz 1989: 169-170). En 1794, finalmente,
los pacaguaras y los “sinabus” vuelven a aparecer al oeste de Apolobamba, sobre la
margen oriental del Beni, informando al naturalista Thadeus Haenke sobre los ríos de la
región (Haenke 1875: 127; Parish 1835: 94-96).
3. La fase pacaguara: las parcialidades orientales
No obstante, la presencia pacaguara mejor documentada ocurre al este de Mojos,
cifrada en los documentos que narran tres expediciones del padre Francisco Negrete, a quien
el gobernador Zamora encomienda la tarea de reducir a los pacaguaras que pululan por los
rápidos del bajo Mamoré5. Negrete es escogido por “por poseer las lenguas calixciana,
cayubaba y algún conocimiento de la pacaguara” (ANB GRM MyCh vol. 15, doc. 13, 1795, f.
314). Zamora conoce perfectamente la composición multiétnica de los asentamientos indígenas
de la zona, y por tanto la necesidad de lenguaraces: pone a disposición de Negrete un
grupo de indios “de las mismas naciones”, entre los cuales hay intérpretes reyesanos que
llaman “parientes” a los pacaguaras, y también pacaguaras criados en las misiones desde
pequeños (ANB GRM MyCh vol. 15, doc. 13, 1795, f. 330-331v, 344; Mujía 1914: 508; Chávez
Suárez 1986: 258, 442-444).
La primera expedición de Negrete parte a finales de 1795. La partida pronto encuentra
unos pocos “bárbaros, y que tres de los nuestros se fueron con ellos a su pueblo que eran
de la misma nación de los dos intérpretes pacaguaras reyesanos” (ANB GRM MyCh vol. 15,
doc. 13, 1795, f. 340v). Luego contactan otra veintena de pacaguaras de una parcialidad
enfrentada con la primera (ANB GRM MyCh vol. 15, doc. 13, 1795, f. 341). Además de habitar
en los mismos sitios en que medio siglo más tarde Agustín Palacios encuentra “chacobos”,
los nombres de esta gente son sorprendentemente similares a los nombres chacobos con-
4 Sobre la trágica historia de esta misión, véase “Mapa de la Audiencia é Intendencia de Cuzco en 1787”
(Saavedra 1906b); Rey y Boza 1899: lxxiii; Armentia 1903: 191-192, 256, 216-217; 1897: 42, 47;
AGN, sala IX, Fondo Gobierno Colonial, legajo 31-6-5, ff. 52-54; legajo 31-7-8, f. 104v; legajo 34-
5-3.
5 Para una trascripción completa de estos documentos, véase Villar, Córdoba y Combès 2009.
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temporáneos: Canapuectaba (Cana), Nacopiaonay (Nacopia, sobrenombre asociado con el
nombre Huara), Maba (Mahua), Raba (Rabi), Caunaocoya y Coyamupanua (Coya) (ANB
GRM MyCh vol. 15, doc. 13, 1795, f. 344).
Zamora no pierde tiempo y trama una segunda expedición. Con los pacaguaras reducidos,
y con indígenas de Santa Ana y Exaltación, propone fundar la reducción de Nuestra
Señora del Pilar de Pacaguaras a orillas del Matucaré, un afluente de la margen derecha del
Mamoré. Ordena a Negrete que busque “las naciones bárbaras Sinabos y Yababos”, cuya
existencia evidentemente conoce por alguna información que no aparece en las fuentes. El
cura responde que contactará a los “Yssabos y Cinabos” (ANB GRM MyCH, vol. 15, doc.
15, 1796-1797, ff. 368, 370). Los “cinabos” son evidentemente los “sinabus” o xënabo (“gente
gusano”), y la referencia a los “yssabos” marca la entrada en escena de otra parcialidad
actualmente reconocida por los chacobos: los ísabo, la “gente puercoespín”. La segunda
expedición logra encontrar otros grupos de pacaguaras (“de la misma nación, opuestos a
éstos”), que reciben bien a los expedicionarios y a sus guías a pesar de ser enemigos (ANB
GRM MyCH, vol. 15, doc. 14, 1796, f. 354). Además, se logra contactar a los “sinavos” e
“isabos” (ANB GRM MyCH, vol. 15, doc. 14, 1796, f. 354v.; Armentia 1903: 199; Mujía 1914:
509; Chávez Suárez 1986: 442-444).
La tercera expedición, mucho más nutrida, parte con los intérpretes reyesanos y
un buen número de cayuvavas de Exaltación: encuentran a los pacaguaras diezmados
por las epidemias, a pesar de lo cual logran contactar a 43 personas (ANB GRM MyCH,
vol. 15, doc. 15, 1796-1797, ff. 407v-408). Estos sobrevivientes proponen buscar a “los
cinabos entre los que también tienen parientes”, que finalmente terminan siendo 15
“ísabos”. Sin embargo, los 58 indios reducidos no son suficientes para establecer una
misión próspera, así que Negrete decide llevarlos a Exaltación. Zamora le instruye que
vaya directamente a Reyes “con los infieles e intérpretes, y sus familias, que de la misma
nación hice venir de aquel pueblo para la expedición; con quienes por ser propios vivirán
más gustosos los 43 bárbaros pacaguaras que hay en Exaltación” (ANB GRM MyCH,
vol. 15, doc. 15, 1796-1797, f. 404-405; Mujía 1914: 509-510; Moreno 1973: 153; Chávez
Suárez 1986: 442-444). Negrete cumple la orden, pero casi todos los pacaguaras llegan
fatalmente enfermos.
En general, los documentos hablan de forma genérica de los “58 pacaguaras” (ANB
GRM MyCH, vol. 15, doc. 15, 1796-1797, f. 418). A pesar de los cuidados médicos, rápidamente
muere una veintena de indios (ANB GRM MyCH, vol. 15, doc. 15, 1796-1797, ff. 421-422).
Los niños sobrevivientes son bautizados el 10 de diciembre. La ceremonia ofrece información
interesante. Primero, porque el padrino de los pacaguaras es el mismo gobernador
Zamora; segundo, porque se les impone un nombre “cristiano” (María, Manuela, Juana,
Timoteo) pero mantienen su nombre indígena como apellido; tercero, porque una vez más
estos nombres son virtualmente los mismos que emplean los chacobos actuales: Cana,
Coya, Iba, Yari, Yuca, Rami, Bari, Raba, Naba, Geuma, Pua, Toy (ANB GRM MyCH, vol. 15,
doc. 15, 1796-1797, f. 415). Los pacaguaras sobrevivientes son divididos en familias nucleares
y repartidos entre algunos vecinos cayuvavas de Exaltación. El mismo documento menciona
a un pacaguara llamado Vinoria Guara, bautizado como Josef Manuel Guara (ANB
GRM MyCH, vol. 15, doc. 15, 1796-1797, ff. 419-420). Esta mención es interesante porque
Vinoria Guara aparece como etnónimo (“vinoriaguas”) pocos años después, hacia el oeste,
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designando a un grupo “del mismo idioma que los Pacaguaras” que combate constantemente
contra los cavineños (Cortés 1899: 244)6.
En 1797, llegan a Exaltación 27 pacaguaras más, que también son bautizados e instalados
entre los vecinos: Zamora les propone radicarse en Trinidad pero prefieren quedarse
en Exaltación “por los más amigos Cayuguagas que allí tenían” (ANB GRM MyCH, vol. 15,
doc. 15, 1796-1797, f. 364, 414; vol. 15, doc. 16, 1797, ff. 427, 432, 435-438; Mujía 1914: 510;
Moreno 1973: 153; Parejas Moreno 1981: 29). Un expediente revela que los pacaguaras viven
“en unión hermanable con los naturales de este dicho pueblo” y que aprenden rápidamente
el cayuvava, lengua en la cual se les enseña la doctrina (ANB GRM MyCH, vol. 15, doc. 16,
1797, ff. 426, 441; vol. 15, doc. 17, 1799-1800, f. 448). Más importante todavía: las autoridades
coloniales esperan que los pacaguaras se mesticen de a poco con los anfitriones, “enlazándose
indistintamente con los cayuguaguas” (ANB GRM MyCH, vol. 15, doc. 17, 1799-1800,
ff. 452-453).
En su conjunto, entonces, los datos sobre los pacaguaras orientales y occidentales
de fines del siglo 18 sugieren, primero, la presencia importante de grupos pano-hablantes en
gran parte de la región de Mojos; segundo, la idea de una fluida composición multiétnica de
las misiones de la zona; tercero, persistentes procesos de fusión y fisión entre los propios
pacaguaras, tanto entre las facciones “bárbaras” como también entre éstas y los “fieles” que
aceptaban formar parte de las misiones.
4. La multiplicación de los panos
A finales del siglo 18 se desata un serio conflicto jurisdiccional entre los Colegios
misioneros de La Paz y de Moquegua, que contiene en germen los argumentos que mucho
más tarde esgrimirán Perú y Bolivia para resolver sus disputas limítrofes. Los franciscanos
de Moquegua –hasta entonces dependientes del Obispado de Arequipa y ocupados en la
evangelización del Madre de Dios– se hacen cargo de las reducciones de Cavinas y Pacaguaras
el 15 de abril de 1796. El traspaso suscita quejas por parte de la provincia de Charcas y del
Obispado de La Paz7.
El padre José Pérez Reynante funda la misión de Santiago de Pacaguaras a orillas del
río Madidi, entre 1794 y 1796, “…con 26 matrimonios de infieles, que manifestaron deseos de
abrazar nuestra santa religión y de obedecer al P. Misionero en todo lo que les mandare; pero
más que el deseo de hacerse cristianos, era el de recibir herramientas y vestidos. La Misión
edificada a la orilla del río Madidi en trecho aparentemente sano, al norte y a las 30 leguas de
Isiamas y al oeste de Cavinas, ofrecía una buena perspectiva y el entusiasta misionero P.
6 Una posibilidad es que Vinoria sea un nombre de otro origen, acaso cayuvava; otra que sea una
deformación de Biona, apodo asociado con el nombre Huara (para una comparación de los corpus
onomásticos panos antiguos y actuales, véase Villar, Córdoba y Combès 2009, apéndices 2 y 3).
7 Para apreciar la perspectiva “boliviana” del Colegio de La Paz, véase Saavedra 1906, vol. 2: 114-
117, 122; Armentia 1903: 256, 270, 271, 292-293; 1897: 49, 51, 111, 118; Anónimo 1986: 253-
254. Para la perspectiva “peruana” de los religiosos de Moquegua, véase Rey y Boza 1899; Avellá
1899: 87 y passim; o bien el “Oficio de Tadeo Ocampo al virrey” del 8 de mayo 1802 (AGN, sala IX,
Fondo Gobierno Colonial, legajo 31-7-8, ff. 125-144v).
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Artículos, notas y documentos
Reynante, creyó poder conquistar toda la tribu de los Pacaguaras diseminada por las riberas
del Madidi y el Madre de Dios; pero saliéronle fallidas sus esperanzas, por la sencilla razón
de que estos nómadas prefieren su libertad a todas las comodidades, que les ofrece el
Misionero en nombre de la religión y del progreso: si por una parte se desesperan por tener
herramientas de hierro y acero, por otra el bosque los atrae” (Armentia 1903: 191-192)8.
Haciendo grandes esfuerzos, el misionero incorpora 17 familias más en 1798 (AGN, sala IX,
Fondo Gobierno Colonial, legajo 34-5-3). Un informe redactado en 1804 por José Morales, un
militar que vive en la zona durante dos años, describe la reducción de 30 familias de
“guacanabas”, grupo que este autor distingue explícitamente de los pacaguaras. Además,
aporta noticias sobre otros grupos de la zona, entre los cuales hay uno de posible origen
pano: los tiatinaguas (AGN, sala IX, Fondo Gobierno Colonial, legajo 34-5-3; Avellá 1899:
238-239). La distinción entre pacaguaras y guacanaguas resulta especialmente interesante
porque a lo largo de todo este período las fuentes hablan de la misión de “Santiago de
Pacaguaras” o “Santiago de Guacanaguas” como si fueran sinónimos (AGN, sala IX, Fondo
Gobierno Colonial, legajo 31-7-8, ff. 1, 94v, 105v, 106, 107v; Armentia 1903: 301-302; Avellá
1899: 195; Sans 1888: 82; Rey y Boza 1899: lxxiii, lxxix; Evans 1903: 612; Castillo 2004: 109)9.
Más allá del juego variable de las denominaciones, lo cierto es que la reducción jamás llega
a consolidarse (Armentia 1903: 354; Saavedra 1906a, vol. 2: 116). Los misioneros explican el
fracaso por la enorme distancia geográfica –y por tanto administrativa, política, logística,
económica– respecto de La Paz, o bien por la composición interétnica de las reducciones,
que provoca enemistades entre los diferentes grupos (Armentia 1903: 253). El padre Figueira,
por ejemplo, habla de cuatro guacanaguas que vivieron con los tiatinaguas un tiempo, roban
una mujer de ese grupo y luego se instalan en Santiago de Pacaguaras (Figueira 1899: 272).
Los pacaguaras que aceptan en 1801 la tutela del padre Tomás Cano, de modo similar, lo
hacen porque “han acabado con toda su nación los indios confinantes habitadores del río
Mano llamados los Tiatinaguas, indios fieros que se alimentan mejor de carne humana que
de ninguna otra, temidos en todas estas naciones” (AGN, sala IX, Fondo Gobierno Colonial,
legajo 31-7-8, f. 121). Según Armentia, “…en un libro antiguo de las Misiones encontramos
una nota, en la que dice: ‘que los Pacaguaras de Santiago envenenaron á los Guacanaguas,
dándoles un veneno llamado por los indios Palo malo’. Lo mismo han hecho los Pacaguaras
con los Araonas en repetidas ocasiones” (Armentia 1903: 253; véase también Ballesta 1907:
252-254). Pero no conviene desestimar, tampoco, la “inconstancia” de los propios indígenas,
cuya adhesión es francamente volátil. Cuando la provincia de San Antonio de Charcas
entrega la misión de Santiago de Pacaguaras a la jurisdicción de Moquegua, el poblado sólo
cuenta con 8 matrimonios, 6 hombres y 3 mujeres viudos, 15 niños y 4 niñas: en total, 44
almas (Sans 1888: 12; Mendizábal 1932: 192; Chávez Suárez 1986: 102). Los religiosos
cusqueños que comienzan a trabajar en las misiones se topan con una situación muy similar.
8 Otras informaciones sugieren una fundación más temprana. Hay que aclarar, también, que el documento
original habla de 26 “familias” y no de “matrimonios” (AGN, sala IX, Fondo Gobierno
Colonial, legajo 31-7-8, f. 104v).
9 Sin embargo, para numerosos autores, los guacanaguas son un grupo de lengua tacana (Rey y Boza
1899: xxxxiii; Armentia 1905: 109; Cardús 1886: 294-296; Créqui-Montfort y Rivet 1921: 93-94;
Alexiades y Peluso 2003: 93).
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L. Córdoba y D. Villar: Etnonimia y relaciones interétnicas entre los panos meridionales
Nº 49, segundo semestre de 2009
Por un lado, subsiste el recelo de los indígenas: las atrocidades de Mejía en Ixiamas no
habían sido olvidadas (Avellá 1899: 143). Por otro lado, el cambio jurisdiccional no soluciona
el problema inexorable del aislamiento: los éxitos evangelizadores son ínfimos, y en la mayoría
de los casos es evidente que la aproximación de los neófitos se debe más a una necesidad
estratégica de protección frente a otros grupos indígenas, o el ansia de herramientas y
bienes materiales, que al afán de conversión espiritual.
Las fuentes trazan entonces “la frontera de Pacaguaras” como un punto lejano, casi
inaccesible, última avanzada del progreso desde la cual se emprenden expediciones de escaso
éxito a las parcialidades indígenas vecinas con los cuales tienen contacto los pacaguaras
–por lo general, grupos tacana-hablantes como los cavineños, guarisas, araonas o toromonas
(Avellá 1899: 24-25, 41, 112, 231-234, 243-244, 264; Anónimo 1986: 254; AGN, sala IX, Fondo
Gobierno Colonial, leg. 34-5-3). En 1801, el padre Pedro Plá emprende una expedición a los
“capuibos” con un intérprete “de Exaltación” que bien puede ser uno de los pacaguaras
traídos por Negrete (Sans 1888: 80). Así entran en escena los capëbo (“gente caimán”), otra
de las parcialidades que conocen los actuales chacobos. Pero, por lo general, los cavineños
son quienes aparecen como los guías, mediadores e intérpretes más usuales entre religiosos
e indígenas panos, acompañando por ejemplo al padre José Figueira, quien en varios viajes
entre 1802 y 1804 logra llevar varios “Capuibos” e “Ísabos” de la margen derecha del Beni a
la reducción de Cavinas.
En 1804, las misiones de Cavinas y Pacaguaras vuelven a depender de la provincia de
Charcas (Sans 1888: 12-13; Avellá 1899: 87, 91-91, 100; Chávez Suárez 1986: 103). Los resultados
obtenidos por los religiosos cusqueños también se revelan desoladores: en Santiago de
Pacaguaras apenas se registra un incremento de cuatro personas entre 1796 y 1804 (“Plan y
estado de las misiones de infieles que administran los PP. del colegio de Propaganda Fide de
la Villa de Moquegua”, AGN, sala IX, Fondo Gobierno Colonial, legajo 34-5-3). De esta época,
también, data un informe titulado “Noticias de las naciones bárbaras de la frontera de
Pacaguaras, dadas por don Tadeo Cortés, vecino de dicho pueblo, en 19 de Abril de 1804”.
Su autor declara haber vivido catorce años en la región, hablar las lenguas vernáculas y
haber colaborado en la reducción de los “capuybos” (Cortés 1899; Avellá 1899: 83-84, 235,
243-244, 267-269). Cortés no sólo aporta noticias sobre los pacaguaras que escaparon de
Ixiamas en la revuelta contra Mejía, sino que también habla de algunos otros grupos de la
zona cuyas denominaciones terminan en -nahua. Por un lado, habla de los “guacanaguas”
que “apostataron de este pueblo” en 1800; según las coyunturas, éstos se aproximan o se
separan de los “tiatinaguas”. Por otro lado –recordemos a “Vinoria Guara” en Exaltación–,
reporta la existencia de “una nación llamada Vinoriaguas, del mismo idioma que los Pacaguaras,
gente muy fuerte y andan vestidos con cortezas de árbol; cuando tienen contienda, son los
enemigos capitales del pueblo de Cavinas” (Cortés 1899: 243-244). En 1805, finalmente, los
padres Lacueva y Delgado, del Colegio de Tarata, exploran el río Mamoré, e informan “sobre
los infieles pacaguaras que se hallan sobre el margen del río de la Madera, dentro de los
límites de esta provincia y muy abajo del pueblo de la Exaltación” (ANB GRM MyCH, vol. 17,
doc. 14, 1805, ff. 125-126). Sumados a los “pacaguaras”, “capuybos”, “ísabos”, “sinabus” y
“guacanaguas”, la aparición de estos “tiatinaguas” y “vinoriaguas” nos ofrece en definitiva
una pequeña explosión regional de etnónimos “panoides”.
220 Revista Andina
Artículos, notas y documentos
5. La era republicana
Las reformas borbónicas de finales de siglo 18 no tienen un efecto perceptible sobre
la colonización de los panos meridionales. Durante las guerras de la independencia la única
certidumbre es un informe de 1807, que comunica al virrey Liniers la conformación de una
milicia de 60 hombres: la 5ª compañía del pueblo de Pacaguaras, perteneciente al Regimiento
de Dragones del partido de Apolobamba (Armentia 1903: 339-342). En 1808 todas las doctrinas
de Apolobamba se entregan al clero secular excepto, una vez más, Cavinas y Santiago de
Pacaguaras, reforzándose así su carácter singular. Los sacerdotes seculares actúan treinta
polémicos años en las misiones de Apolobamba, tras lo cual son traspasadas una vez más al
Colegio de Propaganda Fide de San José de La Paz (Armentia 1903: 353-355). La labor misionera,
sin embargo, prosigue a paso ínfimo. En junio de 1809, el padre Juan Bautista Manrola
logra conducir a 17 pacaguaras “salvajes” hacia Santiago de Pacaguaras (Armentia 1903:
301-302). Sin embargo, la anémica misión finalmente se disuelve alrededor de 1825 por causas
nunca bien aclaradas; sí se sabe, en cambio, que los indígenas que no escapan al monte se
distribuyen entre Cavinas e Ixiamas (Armentia 1903: 199, 354; Mendizábal 1932: 192).
Una vez más, la colonización de los panos parece estancarse. Cuando Alcide d’Orbigny
visita Mojos y Apolobamba, conoce a una docena de pacaguaras en Exaltación; al parecer,
entre los intérpretes que lo acompañan en su viaje por el Mamoré, en 1832, quedan todavía
algunos sobrevivientes de las expediciones de Negrete (Parejas Moreno 1981: 26). D’Orbigny
calcula en un millar a los pacaguaras dispersos en la confluencia entre los ríos Negro, Beni y
Mamoré (d’Orbigny 2002, vol. 4: 1571). Sus observaciones revelan una cierta ambivalencia
en la relación entre los pacaguaras y los misioneros, sobre todo cuando se la compara con la
postura más dócil de los cayuvavas. Los pacaguaras no se involucran en las guerras y no
resisten abiertamente la evangelización, pero, a diferencia de los cayuvavas o los movimas,
son celosos de su independencia y se aferran a su lengua y sus costumbres, como si su
estrategia consistiera en no enfrentarse abiertamente para no cambiar.
Por otra parte, no hay que olvidar que las observaciones de d’Orbigny se limitan a
una docena de individuos que no son necesariamente representativos del resto de los
grupos panófonos de la región10. Para la misma época, y aun durante las décadas posteriores,
las crónicas siguen documentando la tenaz irreductibilidad de los pacaguaras. A fines
del siglo 18, los pacaguaras que viven en la misión de Cavinas propagan el rumor de que los
franciscanos se enriquecen con ellos y con los toromonas, tratan de organizar una revuelta
y son expulsados del poblado (d’Orbigny 1843: 23). En 1838 el padre José María Ciuret
emprende tres expediciones a los ríos Manupiri y Madre de Dios para pacificarlos y atraerlos
a la misión: fracasa en todas (Mendizábal 1932: 187; Chávez Suárez 1986: 106). Muchas
veces, los “rebeldes” son en realidad apóstatas que han renegado de la vida misional, y la
década de 1840 muestra incesantes escaramuzas entre cavineños y pacaguaras, entre
pacaguaras neófitos e infieles, entre indígenas “civilizados” y “bárbaros” (Ciuret m.i.; Sans
1888: 81-82). La sucesión de desencuentros acrecienta la frustración, el desengaño y la
10 Es posible, por otra parte, que d’Orbigny no haya recogido esta información de primera mano sino
sobre la base de datos proporcionados por Antonio Acosta (Zulema Lehm, comunic. pers.).
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L. Córdoba y D. Villar: Etnonimia y relaciones interétnicas entre los panos meridionales
Nº 49, segundo semestre de 2009
impaciencia de los religiosos. En 1845, los padres Ciuret y Pueyo emprenden una expedición
más a los pacaguaras, encontrando a unos veinte escondidos en el monte; temerosos de los
ataques de otras tribus, los indígenas aceptan ir a Cavinas, donde permanecen poco tiempo
hasta que una noche escapan. Hacia 1850 un nuevo contingente de unos 50 pacaguaras se
acerca a la misión: una quincena muere por las epidemias, algunos se bautizan y se instalan
en Cavinas; los demás esperan un tiempo y luego, como de costumbre, se fugan (Sans 1888:
83). Al año siguiente, acompañados por unos pocos araonas, los pacaguaras vuelven a
aparecer solicitando herramientas. Los frailes se las suministran a condición de que regresen
con sus familias: los araonas vuelven, los pacaguaras no (Sans 1888: 80-83; Armentia 1887:
24-26 y 1903: 196; Mendizábal 1932: 192)11.
6. La hora de los chacobos y caripunas
Durante la segunda mitad del siglo 19, la pulsión colonizadora se seculariza. Las
informaciones más interesantes sobre los grupos panos aparecen cifradas en el testimonio
de los viajeros, geógrafos, militares y caucheros que exploran la Amazonia boliviana; al
mismo tiempo, los pacaguaras ceden su lugar de privilegio en las fuentes a los chacobos y a
los caripunas12.
Entre 1845 y 1846, José Agustín Palacios, prefecto del departamento del Beni, explora
los ríos Mamoré, Madeira y Beni acompañado por un cura y por tripulantes cayuvavas.
Cerca del lago Rogoaguado descubre a los “chacobo” (Palacios 1852: 5-9). Luego, en 1846,
remonta el Madeira y se encuentra con una veintena de “caripunas” (Palacios 1852: 13-14).
Pocos años después, lo mismo reportan Herndon y Gibbon (1854: 269, 293-300), así como
también el militar peruano Faustino Maldonado (Armentia 1897: 60; Church 1901: 147; Markham
1883: 319-320; Quevedo 1875: 177-178). La presencia de estos indígenas no deja de ser
amenazante: en 1860, el prefecto José Manuel Suárez debe apelar al ejército nacional para
contener un “…conato del alzamiento de los Chacobos”, que apoyan la revuelta de unos
criollos de la zona (Limpias Saucedo 1942: 161-162). Las autoridades deciden pacificar a los
chacobos: encomiendan la tarea al fraile Daniel Loras y a intermediarios indígenas como el
cacique Domingo Avaroma (Balzano 1985: 256-257; Limpias Saucedo 1942: 172-173). En 1864
se reglamenta la creación de la “Provincia de Chacobos” como parte del departamento de
Beni, bajo la tutela espiritual de Loras (República de Bolivia, Anuario de Disposiciones
Administrativas, SIA-1702, 27 de Septiembre de 1864: 122-123). Sin embargo, más allá de los
esfuerzos de pacificación, persiste la tensa relación entre los chacobos o caripunas y el
frente colonizador; así, las exploraciones de Franz Keller Leuzinger o Edward Matthews
revelan una mezcla volátil de docilidad y de violencia (Keller Leuzinger 1874: 51-52, 66-67,
120-125; Matthews 1875: 12; Block 1994: 172). Para esa época, en un episodio tristemente
representativo de la violencia implícita en el boom cauchero, los caripunas matan a Gregorio
11 Para un análisis de la relación entre cavineños y pacaguaras desde la óptica cavineña, véase Brohan
y Herrera 2009.
12 Los únicos dos autores que siguen mencionando a los “pacahuaras” y “sinabus” son Church (1901:
147) y Markham (1883: 175, 179, 186).
222 Revista Andina
Artículos, notas y documentos
Suárez, uno de los pilares de la dinastía cauchera del Beni, y padecen luego feroces represalias13.
Durante la segunda mitad del siglo 19 se concreta el proyecto de expansión nacional
comenzado por José Ballivián. La fiebre del caucho instala en el imaginario nacional lo que
hasta entonces era sólo una selva desierta, inhóspita, marginal, repleta de insectos pavorosos,
epidemias ineludibles y salvajes incomprensibles. Se trata de un contexto de exploraciones,
de trazado de cartas hidrográficas, de fundación de ciudades, de repartición de títulos
de propiedad, de avance de los tributos fiscales; pero también, y sobre todo, de delimitación
de fronteras nacionales –así, la guerra del Acre entre Bolivia y Brasil (1899-1903) puede
pensarse como la trágica cristalización de la carrera por la colonización amazónica.
Antonio Vaca Diez o los hermanos Suárez son los prototipos del nuevo actor social
que amasa fortunas en este nuevo contexto, no sólo exportando el caucho sino también
canalizando monopólicamente el consumo de sus peones a través de “adelantos” de mercaderías
en las barracas. No hace falta aclarar que estos peones son, en una gran mayoría,
indígenas: como confiesa un cauchero a Nordenskiöld, “sin indios no hay industria del
caucho” (Nordenskiöld 2003: 124). Para los indígenas benianos, el boom del caucho supuso
así un mundo de oportunidades inéditas, pero también la pérdida de la tierra, la relocalización
compulsiva, las epidemias, la violencia, el enganche forzoso y no pocas veces la pérdida
total de la libertad (Sanjinés 1895: 65; Evans 1903: 637; Matthews 1875: 35; Nordenskiöld
1906a: 108-109, Balzan 2006). En este contexto sombrío, las fuentes presentan la reaparición
en escena de los pacaguaras; no ya como aquella gran “tribu” o “nación” de la cual todos las
demás parcialidades forman parte, sino como un grupo más con la misma dimensión que los
chacobos, caripunas o capuibos. Pero, además de los indígenas asociados con los caucheros,
también hay rastros de otras parcialidades “salvajes” o “bárbaras” que siguen viviendo en
la selva. Sin embargo, lo cierto es que la mayoría de las veces los indígenas se inclinan por
una estrategia más transaccional: alternar selectivamente y según las circunstancias entre la
coexistencia con el blanco y el aislamiento (véase por ejemplo Heath 1882a: 123-127, 133;
1882b: 9; Markham 1883: 324, 1896: 189; Baldivieso 1896: 61; Bayo 1911: 274, 337-338, 344;
Pando 1897: 5, 32; Royal Geographical Society 1889: 499; Bresson 1886: 509-512).
De este período datan los excelentes informes del religioso español Nicolás Armentia,
cuyas exploraciones de los ríos Beni, Madre de Dios e Ivon entre 1881 y 1882 ofrecen
abundante información sobre los chacobos, pacaguaras y caripunas, sobre sus relaciones
recíprocas y su vinculación con otros grupos como los araonas o los cayuvavas (Armentia
1976: 32-33, 38-40, 79-81, 101, 107-109, 136-137; 1890: 71-72, 82-83, 95-96; 1887: 42-43). Por
ejemplo, Armentia reporta noticias de grupos de movimas y cayuvavas que escapan del
yugo de las plantaciones gomeras para radicarse entre los chacobos (Armentia 1897: 83-82;
1887: 42-43)14. Poco más tarde, José Cardús se basa fundamentalmente en los datos de
13 Según algunos autores Suárez muere a manos de los pacaguaras. Para diferentes versiones del hecho,
véase Torres López 1930: 197-198; Fifer 1970: 135-136; Guisbert Villaroel 1994: 64-65. En favor
de la identidad pacaguara/caripuna, hay que decir que el léxico caripuna que colecta Keller Leuzinger
(1874: 132) resulta virtualmente idéntico al actual chacobo.
14 No extraña, entonces, que el franciscano haya llegado incluso a pensar en una primitiva filiación
pano de varios grupos amazónicos de la zona, sometidos luego a un proceso de progresiva “des223
L. Córdoba y D. Villar: Etnonimia y relaciones interétnicas entre los panos meridionales
Nº 49, segundo semestre de 2009
Armentia para codificar la imagen canónica de los panos bolivianos: “Los pacaguaras están
esparcidos en una grande extensión de terreno, pero divididos en pequeñas fracciones,
distantes unas de otras, y con diferentes nombres, como chacobos, sinabos, capuibos,
caripunas, etc.” (Cardús 1886: 290-291, 308)15. En definitiva, las fuentes revelan la persistencia
de una trama estratégica, inestable y cambiante de diplomacias, alianzas y enemistades,
que relaciona alternativamente tanto a los panos entre sí como también con indígenas de
otras lenguas, con misioneros, militares, políticos, ganaderos y caucheros.
7. “Etnias” y sedentarización
Mientras languidece la industria del caucho, los informes de principios de siglo 20
reportan pródigamente la presencia de caripunas y pacaguaras a lo largo de los ríos del Beni
(Fawcett 1991: 70, 104, 114, 1909: 182; Craig 1907: 284, 290, 343, 363-366; Ballivián y Pinilla
1912: 72-75; Pauly 1928: 101, 136-144). Erland Nordenskiöld visita a los chacobos en 1909:
además de describir su cultura material y su vida social, advierte las tensiones latentes en
sus relaciones con los caucheros; describe someramente las relaciones entre chacobos,
pacaguaras y “shinabos”; y entre todos ellos y los cayuvavas (Nordenskiöld 2003: 85-86, 89-
91, 93-94, 116, 121-124). Luego, extrañamente, los panos bolivianos desaparecen de la literatura
por un cuarto de siglo. La siguiente referencia es provista por Franz Ritz, en 1935, quien
encuentra a los chacobos sobre el río Geneshuaya, en contacto relativamente amistoso con
los caucheros (Ritz 1935: 138-139). Cuando la austríaca Wanda Hanke visita brevemente a los
chacobos del río Benicito, en 1953, encuentra a un centenar de personas. No logra averiguar
nada acerca de los “sinabos”, y le informan que en las márgenes del Mamoré y Beni tampoco
quedan pueblos panófonos: los pacaguaras parecen haberse mudado a la costa boliviana
del río Abuná; aculturados, acorralados, los últimos caripunas se repliegan por su parte
hacia Brasil (Hanke 1956: 13-14; 1949: 5-6). Hanke llega precisamente en el momento en que el
gobierno boliviano intenta sedentarizar a las cinco “hordas nómades” de chacobos en el
Núcleo Indigenal Ñuflo de Chávez (Hanke 1956: 15-17). Dos años después, François-Xavier
Beghin es designado “maestro-catequizador” de los chacobos de Puerto Limones; cuando
comienza su tarea, estas parcialidades abandonan el Núcleo tras padecer actos de violencia
por parte del personal del asentamiento, y en consecuencia se dispersan (Beghin 1976: 134).
Mientras los caripunas y los pacaguaras desaparecen gradualmente de la escena, el
desarrollo de la vida social chacobo se vuelve más fácil de seguir a partir de la década de 1950
(Prost 1983; Kelm 1972). En 1954 comienzan a llegar a Bolivia los misioneros pertenecientes al
Instituto Lingüístico de Verano (ILV). Instalan una base en la laguna Tumichucua y desde allí
panoización”: “Muchas de estas tribus (Mobimas, Marupas, Cayubavas) han perdido ó cambiado el
nombre y debieron ser de raza y lengua Pacaguara, raza que residió en las inmediaciones del pueblo de
Reyes, ocupa las márgenes del río Mamoré y Beni, del Madera, etc. y hasta el mismo río Ucayali,
donde la lengua Pacaguara es conocida con el nombre de Pana” (Armentia 1905: 104). Sin embargo,
no hay que descartar que pueda haberse tratado de una cuestión meramente nominal: el carácter
altamente genérico de la categoría “pacaguara” bien pudo hacer que fuera empleada para designar a
grupos tacana-hablantes como los ese’eja (Alexiades y Peluso 2003: 93).
15 Para comprobar la persistencia de esta tesis, véase por ejemplo Balzan 2006: 203; Nordenskiöld
2003; Church 1901: xxii; Rivet 1910; Métraux 1948.
224 Revista Andina
Artículos, notas y documentos
comienzan a trabajar en poblaciones de la zona como los chacobos, los ese’ejas y los cavineños.
En 1955, los esposos Gilbert y Marian Prost inician una estadía entre los chacobos que durará
25 años. Tras establecerse casi una década en las comunidades del río Benicito, convencen a
la gran mayoría de los chacobos de migrar hacia el arroyo Ivon, donde el caucho y las
almendras les ofrecen una mejor posibilidad de inserción en la economía regional.
Para entonces, los chacobos se encuentran agrupados en dos grandes concentraciones
poblacionales (Prost 1983: 8). La primera, más renuente al influjo misionero, se compone
de unas 70 personas asentadas en varias comunidades sobre el río Yata, una zona relativamente
aislada, pródiga en caza y pesca aunque pobre en almendra o caucho, transitada de
modo intermitente por comerciantes, ganaderos y rancheros; a grandes rasgos, se trata de
los antecesores de las actuales familias Suárez y Peralta. La segunda, con poco más de 200
personas en varias comunidades del río Benicito, se conforma por la combinación de tres
bandas diferentes. En primer lugar, un grupo de unas cinco familias extensas proveniente del
Núcleo Ñuflo de Chávez, que abandona en 1954 para migrar hacia el norte y establecerse a
orillas del arroyo Ivon, en una población llamada justamente “Núcleo”; se trata de los ascendientes
de las actuales familias Toledo y Durán. En segundo lugar, otro grupo de cuatro o
cinco familias extensas que migra en otra dirección, hacia la zona boscosa entre los ríos Yata
y Benicito, donde trabaja con los rancheros locales; insatisfechos, estos chacobos vuelven
a trasladarse hacia las orillas del Benicito y de allí al Geneshuaya, donde trabajan para un
cauchero durante unos años antes de establecerse definitivamente en California, al Sur de
Núcleo; son, en su mayoría, los ascendientes de los actuales Chávez. En tercer lugar, el
grupo que vive en mayor contacto con los misioneros desde 1955 a 1980, que migra desde el
Benicito hacia el Geneshuaya, se muda nuevamente tras algunos problemas con unos
caucheros hasta instalarse en Alto Ivon, al norte de Núcleo, donde actualmente se encuentra
radicada la más grande población chacobo; se trata, en su mayoría, de los ascendientes de
los actuales Ortíz. Pronto se suma un pequeño grupo de pacaguaras un poco más al norte, en
Puerto Tujuré: un hombre casado con sus dos hermanas y sus respectivos hijos, al borde de
la extinción debido a las epidemias y los conflictos con los blancos (Beghin 1976: 166;
Bórmida y Califano 1974).
Versados en lingüística y en antropología, los misioneros del ILV se ven a sí mismos
como “guardianes de una tribu amazónica que muere”, protectores de la sociedad igualitaria
por antonomasia (Prost 2003: 140-141). Entienden que las principales características de la
organización social chacobo –como la uxorilocalidad– son “constricciones” subyacentes
que impiden el surgimiento de “necesidades superiores” como la libertad individual, la realización
personal, la familia nuclear, el liderazgo político, la capacidad de trabajo colectivo y el
desarrollo intelectual (Prost 1983: 119, 130-134; 2003: 141, 153, 119)16. Por lo tanto, procuran
explícitamente neutralizar la práctica de la uxorilocalidad (Prost 1983: viii, 133 y ss.). Además
de sus metas lingüísticas y de traducción bíblica, en efecto, los misioneros promueven
cambios de índole económica, morfológica o sociológica que apenas mencionan o directamente
soslayan en sus escritos: la idea misma del “Pueblo Chacobo” como ente unificado,


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