sexta-feira, 4 de junho de 2010

362 - bHISTÓRIA DE ROMA

Historia de Roma

Desde los inicios hasta su declive, Roma fue y continúa siendo la inspiración social, económica y militar de una gran parte del mundo. Por ello me dedico a recordar su historia
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Esta bitácora fue creada por Septimius el día 08-02-05. Se han publicado 16 historias y 141 comentarios.

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No lucharéis sólos
Una de las principales razones del expansionismo romano fue, sin duda, las innovaciones que introdujeron en el campo de batalla. El uso de formaciones militares como la legión, el manípulo y la cohorte y la utilización de armas como el pílum fueron determinantes. Pero el hecho de sentirse un pueblo único y orgulloso también les permitió desnivelar, en muchas ocasiones la balanza.

Julio César fue, como décadas antes Cayo Mario, un innovador, y aportó a los ejércitos novedades que le dieron importantes victorias. Sin embargo, César consideró, y con muy buen criterio, que éstas innovaciones debían ser complementadas con el fomento de un compañerismo sin límites entre sus soldados. Y él era el primero en dar ejemplo.

El 'buen rollo' que tenía con los legionarios se comprobaba tras una victoria, en las marchas militares o en los triunfos celebrados. Sus soldados cantaban letras compuestas por ellos mismos en las que se metían con el carácter libertino de su jefe, sus escarceos con el rey de Bitinia en su juventud, su enamoramiento con Cleopatra, su incipiente calvicie o sus peleas dialécticas con hombres como Cicerón.

Pero donde más se demostraba su acercamiento a la tropa era durante la batalla misma. El se ponía al frente de las legiones siempre que lo consideraba necesario. Así lo hizo en Mitilene, en Alesia, Alejandría, Tapso o Munda.

Mitilene fue la primera confrontación testigo de su valor. Allí lo mandó Minucio Termo, comandante en Asia Menor, para que acabara con la sublevación de la ciudad. En poco tiempo viajó a Bitinia a convencer al rey Nicomedes –¿con favores sexuales?, al menos eso decían sus enemigos– de que le prestara una tropa, con la que atacó los muros de Mitilene, siempre junto a sus hombres, a pesar de que el curso de la batalla no estaba claro. Salvó la vida a un gran número de conciudadanos, lo que le hizo obtener la corona cívica cuando aún no había llegado a los 20 años.

Mostró su valía una vez más cuando fue secuestrado por los piratas. Estos no lo querían muerto, sino dinero por su rescate, por lo que César les juró orgulloso que si lo dejaban escapar con vida los mataría a todos. Y así lo hizo. Cuando lo soltaron se hizo con una flota y arrasó todas las flotas piratas, crucificándolos a todos.

Con 33 años, como legado en Hispania, fue cuando, ante la estatua de Alejandro Magno en las columnas de Hércules, lloró como un niño porque a esa edad el Magno había llegado con sus conquistas hasta la India. Decidido a emularlo batalló en la costa atlántica portuguesa para extender definitivamente los territorios romanos hasta aquel océano.

Aunque su gran fama llegó con la Galia. La rapidez con la que se hizo con todo aquel país celta, y sus incursiones en Britania y Germania le hicieron famoso. Pero para sus hombres era aún más importante que siempre estuviera a su lado. Como sucedió en Alesia. César sitió esta ciudad durante la rebelión del caudillo galo Vercingetórix, contra el cuál libraba una interesante guerra en la cuál había tenido varios reveses, como en Gergovia.

Alesia se convirtió en un callejón sin salida para César. En la ciudad le esperaban sitiados Vercingetorix y sus hombres. Más alla del sitio romano se acercaban miles y miles de galos de diferentes tribus que iban en ayuda de su caudillo. César mandó cavar trincheras y empalizadas en el diámetro exterior del campamento romano. En apariencia estaban atrapados, pero tanto para los galos de dentro de la ciudad, como para los que venían de fuera, aquella corta porción de tierra que tenían los romanos se convirtió en una ratonera, fatal para ellos, no sólo por las trampas puestas por César, sino también por la disciplina romana. Y junto a sus legionarios, César.

Cayo Julio luchó hasta la extenuación entre sus hombres y si hasta aquél momento el valor de Vercingetorix se igualaba al de César, la huida del galo al ver la derrota demostró que estaba a años luz del romano. Vercingetorix por lo menos tuvo el honor de rendirse y postrar sus armas ante el nuevo dominador de las Galias.

Sobre el sitio de Alejandría y Munda ya ha hablado en este blog. En la capital egipcia no sólo estuvo junto a sus hombres, sino que estuvo a punto de morir. Se lanzó al agua herido y a pesar de que un incesante número de flechas estuvieron a punto de acabar con su vida, salvó sus ropajes militares y todo lo demás que de valor llevaba.

En Africa su participación volvió a ser fundamental, pues los ejércitos de sus enemigos romanos –entre ellos los hijos de Pompeyo y Catón– unidos al rey de Numidia rodearon a las legiones de César, pero su participación al frente de la batalla de Tapso volvió a ser definitiva.

La batalla de Munda supuso el último momento de gloria militar de César, pues de allí volvió a Roma para ser asesinado semanas después. En tierras españolas se tuvo la última oportunidad de ver el valor de Julio César –ver anterior texto– y la influencia que ejercía sobre sus soldados, que para él, más que militares eran hermanos.
Escrito por Septimius el día 02-12-05 (13:52:00) # URL # Tb () # Comentarios (10) #

La triste historia de los Pompeyo
Craso, Pompeyo y César… el nombre de Pompeyo siempre irá parejo en la memoria de los colegiales a uno de los tres nombres que formaban el primer triunvirato. En los anales de la historia, como aquel magnífico militar que tuvo la desgracia de enfrentarse al gran César. Pero el periodo republicano romano tuvo a varios Pompeyos. Las tres principales generaciones, las que dieron destacados militares, supieron saborear las mieles del poder, pero también sufrir el dolor de la derrota y la muerte.

Cneo Pompeyo, conocido como el Magno nació en Piceno, ciudad situada al noreste de Roma, hijo de una rica familia. Su padre, Cneo Pompeyo Estrabón, tras prosperar en el bando de Lucio Cornelio Sila, luchó en las guerras civiles contra Mario. Sila venció, pero él no estaba vivo para verlo. Cuando Mario, el gran rival de Lucio Cornelio, tomó Roma, decidió convertir la ciudad en escenario de cruentas matanzas. El padre del Magno no pudo huir de la Urbs y su cuerpo, muerto y desfigurado, fue arrastrado por las calles.

Quién sí vio la victoria de Sila fue su hijo. Fiel heredero de su padre, Cneo Pompeyo se erigió como uno de los grandes generales de la facción aristocrática. Y todo ello a pesar de que por aquella época, en el año 81 antes de Cristo, los senadores romanos aún consideraban a todo aquel ciudadano de fuera de Lazio como no romano. El Magno supo ser aceptado por el patriciado, en parte por sus victorias militares –acabó con insurrecciones como la de Sertorio, venció a Mitridates del Ponto y llevó las águilas romanas de Armenia hasta Judea–, aunque también por el poder político y económico que adquirió.

En principio representaba los valores más importantes de la República, pero su rivalidad con Marco Licinio Craso, y fundamentalmente con Cayo Julio César, sólo propiciaron la destrucción de los ideales democráticos. Con la toma de Cartago, muchas décadas antes, el expansionismo romano había hecho muy difícil que la lucha por el poder no provocase la propia debacle de la república. Era imposible que hombres como Mario, Sila, Craso, Pompeyo, César, Marco Antonio o Augusto, que tantos dominios dieron a Roma, fueran capaces de aceptar ser dominados por el gobierno de otros.

Cneo Pompeyo se enfrentó a César con el apoyo de una gran parte de la política y del ejército romanos, pero fue incapaz de ganarle en Farsalia. La traición del por aquel entonces reino Seléucida egipcio acabó con su vida.

El Magno tuvo dos hijos de un destacado nivel militar. Los dos le apoyaron en vida, y mantuvieron vivos los ideales por los que luchaba tras su muerte. Cneo y Sexto Pompeyo le pusieron las cosas difíciles a César, primero en Africa, donde acabaron siendo derrotados en Tapso; y después en Hispania. En la batalla de Munda se decidiría el futuro de Roma. Todas las anteriores victorias de Julio César no servirían para nada si no vencía en aquel remoto lugar del sur de la Península Ibérica.

Se relataba en las calles de Roma tras la batalla que, cuando ambos bandos estaban muy igualados y ya estaba anocheciendo y los cesarinos se mostraban cada vez más desanimados y habían empezado a retirarse, fue la intervención de César decisiva. Se abrió paso hasta las líneas del frente donde se había producido una brecha en sus tropas. Una vez allí, se arrancó el yelmo de la cabeza y gritó "¿Váis a dejar a vuestro comandante en manos de estos muchachos?". Dicho esto empezó a luchar cuerpo a cuerpo. Sus hombres le siguieron y con ello cambió el curso de la batalla.

Cneo Pompeyo murió en Munda y su hermano Sexto pudo huir. A partir de aquella batalla, Sexto Pompeyo se convirtió en una china en el zapato de Octavio y Marco Antonio –que tomaron el relevo de César tras su asesinato–, creando una gran flota y conquistando territorios como Sicilia. Recibió el nombre de Pius –piadoso– tras firmar la paz con Octavio y Antonio. Muchos pensaban que ya no tenían sentido viejas rivalidades y rencillas. Pero un año después se le acabó la piedad y volvió a los combates contra el poder establecido.

Saqueó con su flota un gran número de ciudades del litoral italiano hasta que Augusto acabó con él en Mesina. De allí huyó a Oriente Medio, donde Marco Antonio, que dominaba la zona gracias a su alianza –y mucho más– con Cleopatra, a través de sus contactos, logró que lo asesinaran.

Así acabó la estirpe, al menos la de sus grandes militares, que nunca supieron estar en el bando adecuado en el momento definitivo. Demasiado genios, demasiado grandes para aceptar ser los segundos de alguien aún más grandes.
Escrito por Septimius el día 16-11-05 (11:54:20) # URL # Tb () # Comentarios (14) #

Ya están aquí los romanos
Para los Lágidas, la estirpe de macedonios descendientes de Alejandro Magno que durante tres siglos reinaron en Egipto, fue muy duro tener que aceptar la dominación romana. Es obvio. Para cualquier gobernante es frustrante ver como hay alguien de fuera que influye en como gobiernas. Pero más para los últimos faraones, reyes de un gran imperio como el Egipcio, habitantes de una ciudad, Alejandría, que fundara el propio Alejandro, estirpe de grandes gobernantes, sobre todo los dos primeros Tolomeos.

¿Cuándo fueron realmente concientes los egipcios de que estaban amenazados por los romanos? No sabría muy bien decirlo. Supongo que con la toma de Cartago y la posterior conquista de Grecia y Asia Menor, los máximos responsables de Egipto verían en Roma al gran dominador del Mediterráneo. Pero fue con la conquista de Chipre cuando realmente el reino de los faraones sufrió en sus propias carnes el expansionismo de Roma.

Theos Philopater Philadelfos Neos Dionisos Auletes, más conocido como Tolomeo XII, gobernaba en Egipto cuando su hermano, rey de Chipre, tuvo que suicidarse al ver la llegada de las legiones a la isla. A pesar de ello, Tolomeo XII no tuvo más remedio que aliarse con los romanos. Incluso estuvo un tiempo desterrado en la Urbs, porque dos de sus propias hijas le arrebataron el trono.

La verdad es que su vuelta no arregló mucho la situación. La dinastía Lágida se había convertido desde hacía décadas en un hervidero de intrigas, usurpaciones al trono y matrimonios de hermanos con hermanas, padres con hijas, madres con hijos, tíos con sobrinas –y un largo etcétera de combinaciones genealógicas para que no se desvirtuara la sangre griega– que llevaban al país a la ruina.

Sólo era cuestión de tiempo que Roma ocupara el único país que le quedaba en el Mediterráneo oriental. El dinero de los Lágidas, en primer lugar; y las luchas entre Pompeyo y César, retardaron la conquista. Cuando éste último conquistó la Galia y meses después acabó con el Magno, las águilas apuntaron a Alejandría.

El primer capítulo del derrumbe Lágida fue tristísimo. El jefe de sus ejércitos, Aquila, mandó cortarle la cabeza a Pompeyo, que tras ser derrotado en Farsalia por César había logrado la promesa de protección de los egipcios. César, lejos de alegrarse por ver la cabeza del Magno, sintió una gran frustración. El gran general romano tenía la gran virtud –o defecto– de perdonar a sus grandes rivales si habían demostrado durante sus enfrentamientos valor y moral–. Y Pompeyo, ante todo, era un gran general.

El desenlace posterior es conocido por casi todos: la vuelta de Cleopatra del exilio escondida en una alfombra, el acoso del hermano de ésta a las tropas romanas en Alejandría, el incendio de los barcos de guerra y de los muelles alejandrinos, la visita de Cleopatra a Roma, el amor posterior de la reina y Marco Antonio, la batalla de Accio, el suicidio de ambos amantes y la determinación de Augusto de convertir a Egipto en una provincia.

¿Triste final del imperio de los grandes faraones o desenlace obvio ante el expansionismo romano? Ambas cosas. Alejandría, con el dominio de Roma siguió prosperando, y Egipto ha continuado siendo, hasta hoy, elemento de admiración de cualquier amante de la historia que se precie. Con los Lágidas acabó ese gran Imperio llamado Egipto, pero que nadie olvide que desde el primer Lágida hasta el último sólo buscaban una cosa: mantener vivo lo que ya sólo podía apreciarse por pequeños susurros. Susurros de antaño, ecos de lo que un tiempo fue el mayor Imperio del mundo.
Escrito por Septimius el día 10-11-05 (20:28:07) # URL # Tb () # Comentarios (8) #

La "cruz" del cristianismo primigenio
El Imperio Romano de Occidente y el cristianismo convivieron –por llamarlo de alguna manera– durante 475 años, los que van desde el nacimiento de Jesucristo a la caída de Rómulo Augústulo. Sé que en esta web hay personas con muchísimos más conocimientos que yo sobre esta religión, sin embargo, releyendo Apología contra los gentiles, obra de Tertuliano, he pensado expresaros en este texto mi sorpresa por cómo la religión de Cristo pudo convertirse en lo que es hoy en día.

Y es que hasta el famoso Edicto de Milán de 313, fecha en que Constantino reconocía el cristianismo como religión lícita y sentaba las bases de su expansión, los cristianos afrontaron dos obstáculos de los que, realmente no se como pudieron salir. Por un lado las persecuciones y por otro las ideologías las cuáles, dentro del seno de la Iglesia, ya cuestionaban desde un principio algunos de los consulados.

Por ser más conocido y por lo tanto, menos sorprendente, diré solamente acerca de las persecuciones que, Pedro Manero, –el cual fuera obispo de Tarazona– cifra en cinco hasta la muerte del emperador Septimio Severo. Nerón, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio y el propio Severo habrían mandado acabar con esta religión, si tenemos en cuenta los testimonios de Arístides, Justino, Taciano, Atenágoras y Tertuliano.

Obviamente, los primeros emperadores de Roma tenían suficientes razones de peso para acabar con lo que denominaban una secta –la cuál ponía en duda las creencias que cimentaron su poder–. Qué los métodos, a la postre inútiles, utilizados por los legados provinciales para acabar con los cristianos son censurables hoy en día, es bastante obvio, pero quién así lo crea no olvide que tras el año 313 la nueva religión dominante no tardó mucho en intentar acabar con los paganos, y si no que se lo digan a los seguidores de Juliano el Apóstata –al cuál podéis conocer mejor este miércoles gracias a un libro junto a El País–.

Como indicaba anteriormente, choca más que una religión en mantillas tuviera tan pronto doctrinas herejéticas. El caso más importante fue Montano, personaje natural de Frigia –en la actual Turquía– el cual, en 173 d.C. se autodenominó el Paráclito que anunció Jesucristo –“yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito”–. A partir de ahí, llevó a cabo una dura campaña contra la Iglesia, a la que acusó de débil en cuanto a los postulados de Dios –quién lo diría hoy en día–.

Así, entre otras, denunció a la Iglesia por permitir qué un hombre pudiera casarse en segundas nupcias y que se le pudiera perdonar la infidelidad –quién lo diría hoy en día, quién se lo diría a la Inquisición–. Tertuliano, que fuera primero cristiano y luego se convirtiera montanista, llegó a llamar a los primeros ‘bestias’, pues “ya conozco yo la fe animal y el cuidado con que regala su carne, casándose y comiendo muchas veces; si tengo que nombrar a estos de una vez, los definiré interior y exteriormente, diciendo que las morcillas de estos bestias no tienen otros ayunos que comidas y bodas”.

Sobre todo, los montanistas no podían entender como la Iglesia perdonaba cualquier pecado y sin embargo no admitiera que alguien, mediante castigo, pudiera renegar de la fé y ya no pudiera volver a ella. Dice Tertuliano: “verdaderamente se hace cosa indigna la misericordia de Dios, que quiere más la penitencia que la muerte del pecador, decretando que vuelvan a la Iglesia con mayor facilidad los que cayeron peleando; apremiado lo digo, ¿es posible que se decrete vuelvan más fácilmente a la Iglesia los cuerpos sucios en los deleites que los ensangrentados en batalla?”

En definitiva, a mi parecer, Montano y los suyos sentaron las bases del retrógrado parecer de la Iglesia desde la Edad Media, y aunque los primigenios cristianos pudieron hacer prevalecer sus ideas sobre las de los montanistas, la sombra del frigio se mantuvo en el seno de la Iglesia.



Tertuliano

Escrito por Septimius el día 19-09-05 (17:36:07) # URL # Tb () # Comentarios (5) #

El Otro César
Caio Iulius Caesar, César, el divino, es sin duda el ciudadano romano que más ha vanagloriado la posteridad. Famoso por sus dotes militares y políticas, fue un personaje sin igual, gracias a ese conglomerado de inteligencia y valentía que tenía a puñados, y que le hacían ser querido entre sus seguidores y temido entre sus detractores.

Era capaz de romper con los moldes establecidos en la época. Llegar con sus hombres a una remota zona del Ponto –en la actual Turquía– y derrotar, en pocos días, a ejércitos los cuáles generales anteriores habían tardado en subyugar años. O liderar la defensa de una rebelión en Alejandría, saltar a una barca llena de egipcios enemigos, tirarse ensangrentado y exhausto al Mediterráneo, agarrando su ropaje militar desgarrado para que no quedara en manos de sus rivales, y llegar de nuevo a sus posiciones.

Sin embargo, la historia posterior a su muerte –favorable a los emperadores– ocultó de César hechos que hoy poca gente sabe, y que sin duda emborronan una biografía que, al fin y al cabo, es la de un humano.

El divino calvo

Una de las cosas más curiosas del aspecto de César era su amplia calva. La mayoría de la iconografía romana lo muestra con pelo –con el peinado liso, semirrizado, con flequillo rectilíneo corto que deja ver la frente, tan típico de la época–. Pero nada más lejos de la realidad. César tenía muy poco pelo. Y era una de las cosas que más le obsesionaba. Sin duda que fue el precedente de Anasagasti u Oneto, pues se echaba hacia la calva el poco pelo que tenía.

Un aristócrata entre pobres

Qué Julio César era de familia aristócrata es indudable. No en vano, él siempre aducía que sus primeros antepasados –la gens Iulia– eran los descendientes de Venus y de Eneas. Sin embargo, su familia disponía de poco dinero. Los últimos años de la República se habían caracterizado por el enriquecimiento de las clases medias-altas de origen plebeyo, la clase ecuestre –equites–, que podían pertenecer ya al Senado; todo ello paralelo a la pérdida de privilegios de las familias de origen patricio, las cuáles podrían verse abocadas al endeudamiento si no administraban bien sus bienes.Esto le pasó a César, víctima de la mala administración o equivocada adscripción política de sus más recientes antepasados. Muchos años se vió abocado a vivir en el Subura, el barrio más pobre de Roma, y sólo después de su nombramiento como pontífice pudo trasladarse a una casa en la Vía Sacra.

El poder de la ‘reina’

Qué Julio César era bisexual parece demostrado, a pesar de la multitud de conquistas femeninas que logró –pocas romanas adineradas no sucumbieron a sus encantos–. Pero sin duda, su affair amoroso por el que más se le criticó fue su relación con el rey Nicomedes de Bitinia. Siendo César joven, logró la ayuda de este monarca –ya viejo– en la lucha de Roma contra el Ponto. Todos sus enemigos lo achacaron a que le prestósus favores sexuales, aunque nunca se demostró.

Sin embargo, este acontecimiento le marcó de por vida, pues fue utilizado contra él en un sinfín de ocasiones. Una vez, conocida la unión política con Pompeyo, en una gran fiesta, un asistente borracho gritó, “ave a la nueva alianza, que nos dará al Rey Pompeyo y a la Reina César”. En otra ocasión, cuando la Galia parecía ya completamente subyugada, sus soldados le cantaron “Nicomedes nuncá conquistó lo que César, pero sí que logró conquistarle a él”.

¡¡¡Qué lío con el Rubicón!!!

Pasar el Rubicón ha quedado como una frase famosa que significa dar un paso hacia una empresa sin poder dar ya vuelta atrás. Cuando César pasó el Rubicón era consciente de que la Guerra Civil contra Pompeyo era inevitable. Pero no porque ese río marcara el límite de Italia con el resto de provincias, sino porque ningún gobernador podía salir con su ejército del territorio asignado sin consentimiento. Daba igual que pasara el Rubicón, los Pirineos –si hubiera estado en Hispania– o saliera de la península turca –si hubiera tenido asignada Asia Menor–. Salir de su territorio, era, como él propio César dijo cuando fue asesinado, ¡violencia!.
Escrito por Septimius el día 07-09-05 (16:42:38) # URL # Tb () # Comentarios (3) #

Herodes Agripa, el nietísimo
Cuando se habla de Herodes, todos tendemos a pensar en aquel Herodes el Grande famoso por la matanza de los santos inocentes; o en aquel Herodes Antipas, el que entregó a Salomé en una bandeja de plata la cabeza de Juan el Bautista. En definitiva en sádicos y locos de Oriente Medio. Sádicos, sí, pero también de una inteligencia notable en el caso del primero. No en vano era apodado el Grande, y ningún pueblo denomina así a un monarca sin ningún motivo. Sin embargo, hubo otro Herodes que tuvo el mismo o más protagonismo que el primero, su nieto Herodes Agripa.

Para conocerlo, debemos volver de nuevo a Herodes el Grande. Tras aumentar su reino todo lo que pudo con el apoyo romano –ganar poder y territorios a costa de tener legionarios en sus tierras–, una cruenta y larga enfermedad –se decía que gusanos devoraban su putrefacto cuerpo, como castigo por haberse casado con una divorciada– decidió dividir su reino entre sus tres hijos. Judea, Samaria, Galilea y otras regiones se dividían.

El padre de Herodes Agripa no pudo optar a ninguno. Envuelto injustamente en una conspiración, el Grande lo había mandado asesinar. El tenía seis años y se embarcó hacia Roma para adquirir una educación multicultural y huir de las intrigas de la corte de Jerusalén.

Herodes Agripa –su nombre proviene del famoso general que combatió a las órdenes de Augusto– adquirió rápidamente las costumbres de aquel pueblo pagano que dominaba los territorios de Oriente Medio. Y conforme crecía se iba haciendo más famoso. No precisamente por sus valores morales, sino más bien por su espíritu juerguista, sus deudas y sus aventuras. De todas formas era un hombre inteligente, que se amoldaba siempre a lo que más le interesaba.

Estudió bajo las directrices grecorromanas junto a Tiberio Claudio, el nieto de Livia –la esposa de Augusto–, que posteriormente sería emperador bajo el nombre de Claudio. Robert Graves afirma que entre ellos, el romano era llamado Tití y Herodes, El Bandido. Siempre fueron amigos, hasta el hecho de que a poco de ser emperador, Claudio se desembarazó de todos los reyezuelos o gobernadores de la zona y le nombró rey de todos los territorios que había tenido su abuelo.

Después de tanto tiempo en Roma, la muerte no le dejó gobernar muchos años en su tierra, pero fue un monarca querido por su pueblo. No en vano, olvidó sus extravagancias grecolatinas –hay un precioso pasaje en el que asegura cómo dejó de comer carne de lechón “o al menos sólo a escondidas, con mi cocinero como único cómplice y siempre bajo la luz de la luna”– y se erigió en defensor de las costumbres judías. Así, pasó a la historia por ser el rey que ejecutó a Santiago Apóstol y el que mandó encarcelar a Pedro –aunque la tradición dicta que un ángel le liberó–. Una prueba de que el cristianismo, por tanto, ya era un motivo de dolor de cabeza en toda Judea; y de que iniciaba su expansión.

En definitiva, en la increible maraña familiar de los Herodes, Agripa I supo pasar a la historia, a su manera, como un monarca de inteligencia preclara, donde siempre pretendió hacer lo más políticamente correcto.
Escrito por Septimius el día 27-06-05 (19:02:51) # URL # Tb () # Comentarios (9) #

¿Quién es para vosotros el mayor enemigo de Roma?
Vota al mayor enemigo de Roma

Ahora que tan de moda están las encuestas, os propongo que votéis quien es, en vuestra opinión, el hombre que más quebraderos de cabeza le dio a las poderosas legiones de Roma. Para refrescaros la memoria indico alguno de ellos con una breve descripción, pero podéis votar por quién queráis. Los resultados se publicarán en la prestigiosa Lega dalla Historia Romana de Torino.


Vercingetorix: Segunda mitad del siglo I a.C. Toda la Galia parecía ya subyugada por Cayo Julio Cesar. Toda no. Un irreductible galo, Vercingetorix, supo despertar el espíritu nacionalista de todos los celtas. Gracias a sus conocimientos de las tácticas romanas –supo contemporizar y atacar cuando la ocasión lo requería; nunca antes un galo lo había hecho– y a sus dotes de mando –tampoco antes nadie había unido a todos los galos en torno a un solo jefe– llegó a desconcertar a César, pero en la batalla definitiva, en Alesia, vencieron las legiones definitivamente y Vercingetorix, vencido, vio correr sus días en las cárceles de Roma.


Aníbal: Con el general cartaginés, Roma le vió por primera vez las orejas al lobo. En pleno apogeo expansivo republicano, durante la segunda guerra púnica, Aníbal partió desde España por la costa mediterránea hasta la península itálica, donde venció a las legiones en las batallas de Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas, pero no supo dar el golpe definitivo y conquistar la ciudad. Roma le cortó todos sus suministros y se impuso en todos los demás escenarios de la guerra, con lo que el cartaginés abandonó la Península frustrado. Acabó sus días de exilio en exilio hasta que se suicidó antes de verse entregado a Roma: “dejemos a los romanos que se libren de sus preocupaciones”, dijo antes de morir.


Atila: Creó un gran imperio a sus espaldas: desde las llanuras rusas fue acribillando poco a poco toda Europa, aunque se le conocieron dos derrotas. La primera, ante los romanos –unidos con los visigodos– en la batalla de los Campos Catalaunicos (Galia) y la segunda ante el papa, el cuál le convenció de que no saqueara Roma. Con su muerte cayó como fichas de dominó todo su Imperio.


Alarico: Justo 800 años después de la toma de Roma por los galos, el visigodo Alarico saqueaba la poderosa e inexpugnable urbs. Era el 410 d.C., una fecha que adelantaba ya definitivamente el final del Imperio Romano de Occidente. Alarico había unido a los visigodos tras la desaparición huna y al inicio de su reinado saqueó toda Grecia. Tras un tiempo aliado con Roma le exigió un importante botín al que se negaron, demasiado vanidosos, y que acabó con la toma de la ciudad.


Genserico: fue uno de los responsables del actual nombre de Andalucía, pues viene de Vandalucía –tierra de los vándalos–. Asentado su poder en el sur español, conquistó toda Africa y las islas italianas y saqueó Roma. Otra vez la ciudad eterna era expoliada. Creó un vasto reino que intentaron mantener sus sucesores todo lo que pudieron, hasta que las invasiones de pueblos godos y Bizancio acabaron con la estirpe.


Pirro: Tarento creyó encontrar en el epirota Pirro el salvador que evitara que la colonia griega cayera en manos de la expansionista Roma. Y al principio todo parecía ser así. Legiones contra falanges por primera vez. Un gran general contra una república en ciernes. Un bonito duelo. Pero las victorias del soldado de fortuna no acabaron con la constancia romana y se volvió hastiado a Macedonia. Murió en una reyerta en las calles de Corinto.


Mitrídates: El rey del Ponto trajo de cabeza a la república romana en Asia Menor. Más bien por su constancia que por el peligro real. Aun así, Roma tuvo que enviar contra él a hombres como Sila, Luculo o Pompeyo. Osea, lo mejor de lo mejor. No en vano, llegó a libertar a las ciudades griegas, rápidamente recuperadas por Roma. La historiografía romana no escribió sobre él lo que se merecía, pero ya se sabe, la historia la cuentan los ganadores.


Decébalo: Dentro de las miras expansionistas de Trajano, Dacia –la actual Rumanía– fue el primer objetivo. Decébalo aglutinó a todas las tribus de la actual Rumanía y en dos campañas al principio del siglo II d.C. puso en jaque al emperador hispano. Sarmizegetusa, la capital dacia, se convirtió en un feudo inexpugnable, pero ansiado, pues se conocía que Decébalo guardaba todos los tesoros del país en la ciudad. Tras la victoria final, Trajano ‘arrampló’ con todo lo que pudo y fruto de ello es la famosa Columna que erigió en el foro que construyó en Roma.


Viriato: El lusitano fue la china en el zapato republicano romano. Insobornable y ‘líder de masas’, Roma mandó a sus más valerosos militares para acabar con él. Pero algunas veces ganaba él y otras las legiones y la guerra quedaba en tablas. Roma necesitaba rápidamente acabar con Viriato para asentar su poder definitivamente en Bética y Lusitania. Y así, sobornó a dos de sus lugartenientes para que acabaran con su vida. Roma recompensó a los traidores con la muerte –“Roma no paga a traidores”–. El franquismo se ocupó de darle a Viriato el papel de ‘libertador de la patria’ que se le atribuye.


Bueno, aquí están algunos, pero en definitiva, lo importante es lo que vosotros decidáis, y que el mundo conozca gracias a eXtreblog quien es para los extremeños el mayor rival en la historia de Roma.
Escrito por Septimius el día 07-06-05 (18:00:16) # URL # Tb () # Comentarios (30) # VI Otros, VI Otros, VI Otros

Un apóstata entre cristianos
Pleione se ha decantado, entre la larga lista de emperadores qué dio Roma , por Juliano el Apóstata. Sin duda no forma parte de los, por decirlo de alguna manera, conocidos, como Trajano, Nerón, Adriano o Constantino, pero su vida tuvo un mérito tremendo, pues si de genios es aumentar la gloria de un Estado en alza, más aún lo es mantener sus bases en momentos de recesión. Y hablo de recesión y no de crisis o debacle, porque no creo que en los años en los que le tocó vivir (331-363 d.C.) ningún ciudadano romano pensara que el Imperio se vendría alguna vez abajo. Está claro que ahora lo vemos de otra manera, pero lanzo esta pregunta: ¿qué Imperio, si fuera débil, sería capaz de llegar a la capital y hacer temblar al enemigo más fuerte en esa fecha, Persia? Voy a intentar dividir en tres mis comentarios para que conozcáis un poco más a Flavio Claudio Juliano. Primero, el contexto histórico que le tocó vivir. Segundo, sus luchas contra persas y germanos. Y por último, la cuestión religiosa. En primer lugar, hay que decir que la batalla del Puente Milvio, con la que prácticamente finalizó la guerra entre Constantino y Majencio –año 312 d.C.– y el Edicto de Milán –tres años después– iniciaron un periodo nuevo en el Imperio, en el que el cristianismo asentó sus bases. En el primer caso con la aparición de la cruz antes de la batalla –la famosa frase “in hoc signo vinces” – y en el segundo, y más real, con el establecimiento de la libertad de culto para todas las religiones del Imperio. En el aspecto político, Constantino continuó a su manera la política de Diocleciano, para mantener las estructuras del Imperio a salvo. Pero a su muerte, sucedió lo que tanto daño le hizo a Roma a lo largo de su historia, la ambición por el poder. No se si fue buena idea, pero Constantino era de los que pensaba que el vasto Imperio debía ser gobernado por más de un hombre. Por ello dividió el poder en sus tres hijos, nombrados Césares, y se repartieron las provincias. Sin embargo, a la muerte de Constantino, los hijos se enzarzaron en guerras civiles por el poder. Constantino II murió pronto en Aquilea y Constante se quedó con todo el occidente. Era un enamorado de los jóvenes germanos y del lujo y la pompa. Un militar con dotes burócratas y con el sentido del rigor, el germano Magno Magnencio, acabó , tras un golpe de Estado, con Constante a los 10 años de su llegada al poder. Quedaba sólo Constancio II, que desde su trono en Constantinopla a duras penas se había entendido con su hermano y que lidiaba contra el rey persa Sapor II una guerra sin vencedor claro. A ninguno de los dos se le puede considerar un personaje inoperante , pero si les faltaba la pizca necesaria de talento para sobresalir ante el otro. Con Magnencio en el poder, Constancio se vio obligado a salvaguardar el honor familiar, y de paso, hacerse con todo el Imperio. Y lo hizo. Sus tropas vencieron a las del germano, que se suicidó. Así estaban las cosas cuando Juliano, en el 355 d.C., entra en la escena político/militar. Pueblos germanos habían atravesado el Rhin aprovechando la inestabilidad romana, y Constancio II nombró a su primo Juliano como César, para, como primera misión, rechazar los ataques germanos. Pero no se fiaba mucho de él. E hizo bien, pues sus tropas no aceptaron marchar a Persia para reforzar a Constancio. Juliano, al que poco le unía con el emperador, marchó hacia Constantinopla para luchar contra su primo. No hizo falta. Constancio II murió en el 361 d.C. Flavio Claudio Juliano era el dueño del mundo. Con los germanos tranquilos, Juliano intentó llegar al Golfo Pérsico. Seguir los pasos de Alejandro Magno y Trajano. Pero no era ni el uno ni el otro. Aún así, era muy superior a Sapor II. Llegó a Ctesifonte, la capital persa, pero no la tomó. Detrás, quedaban vastas extensiones de territorio quemado y comunicaciones inutilizadas por parte de la población persa, para que el suministro romano con las ciudades mesopotámicas del Imperio no fuera fluida. Y como Trajano, decidió retroceder. Con la mala suerte de que en una de las muchas escaramuzas una flecha acabó con su vida. Fue quizá la última vez que un emperador vio Ctesifonte. En el tema religioso, Juliano el apóstata –apodado así por los historiadores cristianos posteriores– sorprendió a todos. ¿Qué le llevó a abrazar el paganismo en un momento en el que las bases cristianas eran ya firmes?. Me gustaría entenderlo desde un punto de vista pragmático, el fin primero que presidió todas las acciones de los gobernantes romanos desde Numa a Romulo Augústulo. Pero no lo veo claro. El cristianismo era ya dominante en el Occidente y un gran número de ataques de sus seguidores contra paganos y donatistas se habían producido desde Constantino. En el Oriente el arrianismo de Constancio II era predominante. ¿Porqué volver al paganismo? Puede parecer que la dura infancia y crecimiento de Juliano en las estrictas enseñanzas cristianas y arrianas; y el hecho de que los hijos de Constantino, seguidores de estas religiones, no fueran precisamente, muy “humanos”, fueran el detonante que le llevaron a acoger el paganismo. Pero lo dudo. Y más viendo que, a su muerte, y a pesar de sus dotes, pocos se entristecieron con su muerte.
Escrito por Septimius el día 29-04-05 (14:09:04) # URL # Tb () # Comentarios (6) #

Más pequeña será la caída
He escuchado algunos comentarios agoreros sobre las últimas elecciones vascas y el avance de EHAK. Voces que afirman que no somos conscientes de lo que se nos avecina, con el Plan Ibarretxe, los aires francófonos de Maragall o las múltiples peticiones de reformas de Estatutos, desde Canarias a Valencia. Indican que no somos conscientes de lo que se nos viene encima, preocupados sólo de nuestras personas, de tomar las copitas por la noche, ganar dinero y que nuestros hijos no nos salgan drogatas y las hijas no vengan embarazadas. Sin entrar a valorarlo, y aunque sea un poco exagerado, todo ello me ha permitido hacer una comparanza con el fin de Roma. ¿Eran sus ciudadanos conscientes que se acababa un ciclo? En la ruleta rusa que es la Historia, ¿es consciente el hombre, en períodos claves de la humanidad, de que vive un cambio de ciclo? ¿Se da cuenta de que todo lo que le rodea se está transformando? Se dice que los franceses no percibieron lo que se les venía encima en 1939/1940 hasta que no vieron a los alemanes traspasar sus fronteras. ¿Le pasó lo mismo a los romanizados galos con las invasiones bárbaras? Es diferente, pues no creo que haya existido un Imperio en el que su periodo de declive se haya agrandado tanto. Algunos fijan este declive desde la llegada al poder de Cómodo; otros décadas después con la caída de los Severos; más años, con la muerte de Constantino; o incluso después. El caso es que fueron muchas décadas de luchas contra las poblaciones bárbaras del norte y del este, las no tan bárbaras de Persia o las nómadas del sur. Sea como fuere, y propiciado por un gran número de circunstancias, la invasión se produjo en un momento en que la decadencia dentro del Imperio era clara, pero quizá la gente de a pié, el agricultor, el alfarero o el herrero no lo vieran con tanta precisión. Conocían del avance bárbaro, pero se sentían de cierta manera protegidos en el Imperio, hasta que llegaba el aluvión invasor al que no le quedaba más remedio que aceptar. Romanizados por años de relación con el Imperio y de religión similar –si no cristianismo, al menos arrianismo–, los pueblos godos y germanos eran, de los conquistadores posibles, los menos malos. Una vez llegaban las invasiones, para quedarse o de paso, las haciendas de los grandes terratenientes se quedaban vacías, y uno de los pilares de Roma, la agricultura intensiva, dejó de dar sus frutos. Los pequeños agricultores seguían manteniendo su pobreza, incrementada por la ausencia de comercio. Donde sí que se vio más la caída del Imperio Occidental fue en las ciudades. No sé si la decadencia de ambas fue paralela o dónde se inició primero, pero en el Occidente, el ámbito urbano dio un gran bajón, mientras las urbes de Oriente mantenían su esplendor. Todas las ciudades perdieron su brillo… menos una, Roma. Su mármol y su oro mantuvo su esplendor y sus gentes siguieron mostrando el orgullo de ser los dueños del mundo –a pesar que hacía muchos años que ya no eran capital– pese a todas las invasiones por las que tuvo que padecer.
Escrito por Septimius el día 22-04-05 (10:55:54) # URL # Tb () # Comentarios (3) # V Presión bárbara y fin deOccidente 378 al 476 d, V Presión bárbara y fin deOccidente 378 al 476 d, V Presión bárbara y fin deOccidente 378 al 476 d

Quousque tandem, Catilina?
II Imparable avance republicano 264 aC al 44aC

A petición de Leny hoy voy a intentar indagar sobre la personalidad de Lucio Sergio Catilina. Le tocó vivir en uno de los periodos más convulsos –pero paradójicamente uno de los más ricos históricamente– de Roma, entre las guerras de civiles de Mario contra Sila y las de César contra Pompeyo.
Un periodo donde se dieron las mentes más preclaras de la historia. Patricios de familias venidas a menos que supieron llegar a la fama, tales como César o Sila; plebeyos que a pesar de los impedimentos aristocráticos lograron alcanzar lo más alto, como Mario o Pompeyo; aristócratas ricos que supieron mantenerse –si difícil es subir más complicado es mantenerse– como los Cecilio Metelo; cultos retóricos que utilizaron la fuerza de la palabra, tal es el caso de Cicerón; o valerosos generales que utilizaron la de la espada, como Sertorio. Y Catilina no se encontraba en ninguna de estas categorías.
Y tuvo su gran oportunidad, pues su condición de aristócrata arruinado le posicionó o junto a Lucio Cornelio Sila en su guerra civil contra Mario. Un periodo de batallas y proscripciones entre hermanos que se saldó con la victoria de Sila y con Catilina, años más tarde, como gobernador de Africa. Sin embargo, mientras otros aliados prosperaron, como los Metelo, Marco Licinio Craso o Cneo Pompeyo, Lucio Sergio Catilina se implicó en casos de corrupción y mala administración en su provincia. Un hecho, que por otro lado era normal, pero que una república en crisis intentaba coartar cuando veía que el acusado no tenía el poder para frenarla.
Así, Catilina llevó siempre esa cruz. Una pesada losa que le impedía acceder al preciado cargo de cónsul. Llegados a este punto, su famosa conjuración, ¿fue mero fruto de la impotencia al no poder acceder a las altas esferas del poder? O realmente, ¿pensaba imponer un gobierno de aristócratas que desbancara a los plebeyos ricos que con sus fortunas estaban comprando las magistraturas a su antojo? Intereses personales o ideología definida
No lo sé. Lo que está claro es que su conjura tenía visos de fracaso desde un principio. Sin un respaldo superior –se dice que Craso, e incluso César, estaban implicados, pero si fue cierto, nunca dieron la cara– y con un músculo de seguidores muy débil –jóvenes aristócratas en Roma y poblaciones galas en la Toscana–, la aventura se empotró contra una República aún con fuerzas para parar conjuras.
En definitiva, sin una gran inteligencia personal ni el apoyo necesario, Catilina fracasó en su intento de asesinato sobre Cicerón y en su autoproclamación como cónsul. Sin embargo, no vanalicemos las cosas, muchos peleles han dado golpes de Estado sin visos de éxito y luego han gobernado con mano dura durante muchos años.
¿Por qué la fama de Catilina? Lucio Sergio se convirtió en la diana de los dardos más afilados de la época, los del cónsul Cicerón, que le dedicó sus excelentes catilinarias; y frases de la talla como o tempora! O mores! –O tiempos! o costumbres!, con esas palabras lo recibió cuando Catilina tuvo la desfachatez de presentarse en el Senado tras intentar asesinarlo la noche antes– y Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra?– ¿Hasta cuándo, Catilina, vas a seguir abusando de nuestra paciencia?, palabras incendiarias con las que le atacó en la Curia–.
Catilina se suicidó cuando sus ejércitos sucumbieron ante la República, pero su figura pasó a la historia para convertirse en ejemplo de tiranía, muy utilizado por el Senado cada vez que intentaba acusar la arbitrariedad de un Emperador.
Y es que, paradójicamente su conjura precedió a lo que pocos años después sucedió, el final de la República. Una República con sus bases debilitadas, incapaz de sostener las luchas entre patricios y plebeyos; de frenar las ambiciones personales; y de hacer llegar la ley a unos dominios cada vez más vastos.
Sois vosotros los que tenéis que juzgar a Catilina, en una época actual donde a más de uno se nos puede aparecer en alguna de las figuras que campean por el escenario político mundial. ¿Hasta cuando Catilinas? Quousque tandem, Catilinas?…


Escrito por Septimius el día 28-03-05 (17:28:43) # URL # Tb () # Comentarios (6) # II Imparable avance republicano 264 aC al 44 aC, II Imparable avance republicano 264 aC al 44 aC, II Imparable avance republicano 264 aC al 44 aC

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